jueves, 15 de junio de 2006

"Boca nostra"

Hoy hablaré aquí de un colectivo que inspira terror económico (no, no me refiero a los Inspectores de Hacienda ni los promotores inmobiliarios ni tampoco al gremio ladronil, por muy de actualidad que estén los tres) y pánico bucal. Hoy hablaré aquí de los dentistas.

Para contextualizar: Los dentistas son el único colectivo, junto con la OPEP, capaz de subir los precios hasta niveles estratosféricos y con motivos de peso y enjundia tales como "Porque me sale de ahí". El único colectivo, junto con los psicólogos, con la habilidad para encontrar siempre algo que "arreglar" y por lo que cobrar. Un colectivo que vive por y para la sustracción con guante blanco, aunque sea de látex y esterilizado.

Dicho esto, recrearé una visita stándar a la consulta de un dentista:
* La llegada: Llegas a la hora exacta de la cita, con el corazón en un puño, el sudor cayendo patilla abajo y acordándote de la madre que parió al tráfico en la ciudad.
* La recepcionista: Modelo fashion-retro-mascachicles. Apenas te mira. "¿Qué desea?" "Estoy en la consulta de un dentista, ¿qué voy a querer? ¿Un kilo de solomillo? ¿Un piso en la playa? ¿Una suit en el Ritz?", piensas, pero luego, viendo que va en serio su pregunta, contestas "Soy Fulanito Fulánez, tengo hora con el doctor Menenganito". "Pase un momentito a la sala" (con una voz que recuerda a la naturalidad de las máquinas de tabaco o a los educados surtidores de las gasolineras, que te desean buen viaje aunque te dirijas al supermercado).
* La salita de espera: Bien, pasas a la salita de espera (¿por qué todas se parecen tanto?). Allí, en un ambiente minimalista y con una música Beethoven en chill out, te sientas y miras a la concurrencia, que hojea mecánica y silenciosamente revistas de hace varios meses. Miras el reloj. "Un momentito. Será sólo un momentito". Mientras el tiempo pasa, la puerta de la salita se abre y la recepcionista o una enfermera enuncia el nombre y apellidos de algún infortunado paciente con tal claridad que a uno le entran ganas de responder: "¡Presente!". Media hora después de haber entrado en la sala de espera y después de haber repasado todo lo que tienes que hacer cuando salgas de allí, comienzas a pensar cuál será la acepción de "momentito" que manejan en aquel lar. Miras a tu alrededor y ves que en aquel limbo de diseño sólo quedáis tú y la señora que lee la revista "El cuidado de su bonsai. El tamaño sí importa". Desesperado, imploras a Yahvé. Tres cuartos de hora más tarde, el sudor ha remitido, pero tu corazón sigue alterado, aunque por razones bien distintas, y te dan ganas de coger el cuadro que no sabes muy bien qué significa y atizar con él al hilo musical. Y es entonces, justo cuando ibas a montar tu particular versión del 2 de mayo en la salita de espera, cuando la recepcionista entra y dice: "Fulanito Fulánez". Y, disimulando tu incredulidad, contestas: "¡Vive! ¡Vive todavía!".
* La conversación por el pasillo: De camino a la sala de martirio, tiene lugar una conversación intrascendente pero poblada de sonrisas (para eso es una clínica dental) entre la enfermera que te va a atender y tú, el afectado. "¿Qué tal Fulanito?", "Bien" ,"Sígame", "Claro, cómo no", "Por aquí", "Muy bien", "Puede pasar", "Gracias".
* La sala de martirio: Te sientas en esa tumbona futurista rodeada de instrumentos (hechos con papel de plata aunque no está demostrado) que harían las delicias del Marqués de Sade. Te ponen una suerte de babero. Te ciegan con el foco. Dejas de ver todo y sólo escuchas: "Ahora mismo viene el doctor". Te sientes el marciano de Roswell a punto de ser "autopsiado". Entonces, entonas el mantra de "Rápidoysindolorrápidoysindolor...".
* El doctor: Entra acompañado por su asistente, como si fuera el paseíllo de Las Ventas. Con ese aspecto, más parece el doctor Menguele que el doctor Menenganito. Un escalofrío te recorre las encías. Se pone los guantes, se emboza y te saluda. Tú contestas: "Soy inocente". "Dame luz aquí", indica, y entonces el foco ilumina tu boca como si fuera una aparición mariana. Para evitar cualquier posible oposición, la asistente te planta el insaciable "tubo aspirador de saliva" y entonces tus facultades de comunicación quedan reducidas a expresivos parpadeos y a la extensión o retracción de los dedos de las manos. A partir de ese momento, sólo ves el techo de la sala y el mango de los aparatos con los que el doctor escudriña tu boca. Minutos más tarde, la luz se va, el doloso escrutinio termina y vuelves a poder hablar como una persona. Llega la hora del veredicto.
* ¿Qué me pasa, doctor?: Miras al doctor, el cual te devuelve una mirada del tipo Clint Eastwood. El silencio es tenso.
- Mal, está todo fatal - dice.
- ¿Cómo es posible? Me lavo los dientes tres veces al día y me hago enjuages - replicas, asombrado.
- No es suficiente.
- ¡Pero si elevo la media nacional de higiene dental!
- No es suficiente.
- ¿Es grave?
- No.Una limpieza lo solucionará.
- ¿Será muy caro?
- 85 euros.
- Entonces sí es grave.
- Por cierto...en cuanto a las muelas del juicio...
- ¿Qué les pasa? No me han salido todavía.
- Precisamente por eso, hay que extraerlas todas. Si no...- su tono y mirada se tornan apocalípticos.
- Si no...¿qué?- preguntas acongojado.
- Su boca se deformará porque no saldrán correctamente - profetiza mientras se quita los guantes.
- ¿Cuánto costaría? - respondes, presa del pánico.
- Cuatro muelas a razón de 95 euros cada muela, 380 euros. Piénselo. Su salud está en juego.

En ese momento, crees que ese dentista al que apenas conoces es la persona que más te ha valorado en toda tu vida y eso que sólo se ha fijado en tu muelas. Reprimes una lágrima de emoción. 380 euros. Te preguntas si, una vez extraídas, te puedes quedar con las muelas y llevarlas a Christie's o Sotheby's o a Ebay, porque seguro que con ese precio de salida, la subasta se dispararía y con suerte un freaky millonario te compraba tus cuatro molares.
- ¿Me va a hacer algo ahora? - preguntas.
- No. Por favor, denle cita lo antes posible. Si no... - y, con tranquilidad, sale de la sala.
Tú te quedas tiritando. No por el riesgo de quedarte con una sonrisa de cocodrilo sino por el riesgo que supone para tu salud pagar 85 euros por una limpieza bucal y 380 euros por las muelas del Juicio Final de tu cuenta bancaria. "Y pensar que hay gente que no pisa un dentista en su vida...desdichados", piensas.
* La decisión: De camino a recepción, piensas en tu vida, en tu futuro. Son momentos difíciles. Recuerdas la mirada del doctor. El foco. La música Beethoven chill out. Las muelas del juicio. "Es lo mejor para mí", murmuras.
* La factura: Antes de salir, te atiende un clon de la recepcionista, pero esta se encarga de cobrar y dar nuevas citas para el patíbulo. "Son 40 euros", te dice. "¿Por dos minutos de consulta y casi una hora de espera? ¡Joder! Aquí el tiempo sí que es oro, tú ¿Incluirán en los gastos la música de la sala de espera?", piensas. Pagas. Sonríe. Te das media vuelta. "¿Para cuándo la próxima cita?", te apuñala a traición. "Pues...verá...ya le llamo yo. Tengo una agenda muy apretada", replicas. "El doctor ha dicho que...", "Sé lo que ha dicho el doctor. De dientes no andaré bien, pero de oído ando fenómeno. Buenos días o noches o lo que sea en el mundo exterior".
* La triste realidad: Desmoralizado, llegas a tu casa y descuelgas el teléfono y llamas a todas las clínicas dentales que vienen en la guía. Consultas el coste medio de una visita o limpieza rutinaria y tu cerebro comienza a tararear la melodía de "El Padrino". Cuelgas el teléfono, pero sigues escuchando la canción de los Corleone...

Estos no son dentistas. Esto es la "Boca Nostra".

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