jueves, 10 de mayo de 2007

Moñarcas

Ni monárquico ni Juancarlista ni adulador ni lector del "Hola". Yo soy tan fan de la monarquía como Robespierre de Luis XVI. Así que se pueden hacer una idea de mis reales simpatías. Y habrá quien diga que por qué yo, que de republicano (en el sentido izquierdista, iluso y demagogo que se tiene hoy en día) tengo lo mismo que de culturista, afirmo estas cosas. Bien, para eso escribo este artículo.



Para empezar, me parece que apoyar la institución monárquica en el siglo XXI es un delirante ejercicio de celo arqueológico, necrofilia política o masoquismo inexplicable. En mi opinión y hablando en términos generales, la monarquía, como institución políticamente útil y referente social, tuvo su razón de ser en la Edad Media, pero a partir de ahí los reyes derivaron en una suerte de elementos decorativos que un país tenía (o no) que heredar de generación en generación. Como todo en decoración, hubo quienes defendieron que una persona con corona era lo más "in" y otros que pensaron que el estilo retro ya no se llevaba y que el único trono útil era el retrete. A los primeros, se les conoce como monárquicos y a los otros se les denomina republicanos.


En el caso español, los entronados constituyen un compendio a medio camino entre el esperpento y la chirigota. Repasando la Historia desde Isabel y Fernando, es difícil tener una nómina de reyes más funestos, frikis o ineptos. Comenzó con los Reyes Católicos, una suerte de dúo Pimpinela pero con un historial a sus espaldas que ríete de Vito Corleone; luego, como los grandes clubs de fútbol, optamos por la importación (costumbre que repetiríamos en 1700, 1808 y 1870) y así llegó Carlos I, un guiri hijo de una necrófila castellana y un putero belga que jugó al Risk con medio mundo de tablero mientras disecaba la economía española; después vino su encantador hijo, Felipe II, un ultra que decidió suprimir la palabra "cultura" de la lengua castellana; y a partir de ahí encontramos a una caterva de monarcas cuyo mayor mérito fue ser retratados por Velázquez o Goya, porque, por ejemplo, que te recuerden como "Ah, sí, el de la Puerta de Alcalá"...en fin. Ya en el siglo XIX, España tuvo como rey a uno de los mayores bellacos que ha conocido la península (y mira que ha conocido muchos): Fernando VII, vil persona y peor monarca que dejó el trono a una elefanta que puso el país patas arriba con las Guerras Carlistas, mientras se pasaba por las enaguas a cualquier cortesano que no fuera el manflorita que tenía por esposo. Después de esto coronamos a un italiano al que tratamos a palos, a un gafado cuyo verdadero padre era vete a saber quién, y a un amigo de los regímenes dictatoriales. En resumen, casi una veintena de monarcas distintos en sus virtudes pero que, en su mayoría, comparten idénticos defectos: zotes de solemnidad, engreídos de vovación y golfos de afición. Y es que un Rey ha de vivir para su país, no de su país.


Respecto a la "familia real", en términos genéricos, se puede decir que está constituida por: Rey/Reina, que es quien lleva la corona. Rey/Reina consorte, que es quien lleva el segundo plano y, en algunos casos, los cuernos. Hereder@, quien tiene un papelón y por eso se le mima mucho. Infantes/Infantas, cuya razón de ser es básicamente hacer bulto en fotos y reuniones familiares, así como comerse marrones. L@s consortes, personas que elevan a escalan palaciega el concepto de "braguetazo". Los críos, reminiscencias de los enanos inmortalizados por Velázquez, sirven para hacer gracietas ante la audiencia. Los bastardos, curiosos personajes que se dan a conocer cuando muere un rey y viven de biografías no autorizadas que rozan la ciencia-ficción. Los amantes y las queridas, ¿quién? No, no, habladurías...Hablando ya de forma más concreta y en lo que se refiere a la familia real española, hay que destacar que es un ejemplo de discreción y mesura, al menos comparándola con otras familias regias europeas como los Windsor, la telenovela de más éxito en Gran Bretaña durante décadas; los Grimaldi, quienes encabezados por la princesa Alberto gobiernan un principado de playmobil; o los monarcas de Noruega, cuyos vástagos se han casado con una ex-yonqui y un escritor filonazi. Así que podemos considerarnos muy afortunados.


Y cerrando ya mi repaso y centrándome en los Reyes actuales he de decir que, salvo casos muy concretos, no tengo animadversión por ningún miembro de la Familia Real y,en el caso particular de Su Majestad la Reina Sofía, tengo que reconocer que siento una especial simpatía. Dicho esto, es hora de hablar de Su Majestad el Rey Juan Carlos I. Como Jefe del Estado, creo que la mejor definición que puedo dar es que, para mí, es un hombre enormemente listo que sabe muy bien cuándo hacerse el tonto pero no cuándo omitir alguna tontería. Como monarca, creo que es un Borbón de manual, que honra permanentemente las virtudes y vicios de sus ancestros...y no diré más. Como persona, Juan Carlos I parece, y digo parece puesto que no le trato, un hombre campechano, espontáneo y con tanta naturalidad que a veces se olvida de "quién es". Yendo a lo que importa, pienso que Juan Carlos I ha sabido perfectamente cómo llegar y mantenerse como Rey. Y estaría genial que fuera tan efectivo y brillante como Jefe del Estado, porque, a mí, personalmente, me parece que un Jefe de Estado está y se le paga para algo más que leer discursos aburridísimos, fomentar el zapping en Nochebuena, o proporcionar anécdotas graciosas a la prensa y que no me venga nadie con lo de que si la monarquía parlamentaria esto o lo otro. Yo quiero recordar con orgullo a un Rey que hizo bien su papel como Jefe de Estado y no como una persona que fomenta chascarrillos humorísticos que comienzan "¿Sabes la última del Rey?". Tal y como está el patio español, lo último que necesitamos es que el Jefe del Estado se dedique a matar osos borrachos, protagonizar leyendas urbanas o comandar "El Bribón". El problema es que, de un tiempo a esta parte, cada vez que ejerce de Jefe de Estado, a uno le entran ganas de que pase todo el día anquilando plantígrados mamaos o yéndose Dios sábe dónde de visita privada...


¿Por qué hago tanto hincapié en la importancia de la Jefatura del Estado? Pues porque ese es un cargo que, a diferencia del de Rey, está muy lejos de estar obsoleto y es vital en los tiempos que corren y más en un país como España. Para mí, la monarquía y todo lo que ella implica está o debería estar muerta y enterrada, pero soy consciente de que vivo en un país que paseó el cadáver de uno de sus mayores héroes o que tuvo una reina que atufó la geografía española con un regio ataúd. A mí, me es totalmente indiferente si los monarcas acaban como tales como los Romanov acabaron como zares, porque toda evolución implica una extinción; aunque, puestos a finiquitar, que empiecen por babosos aduladores como Jaime Peñafiel o Luis María Ansón. Dicho esto, yo no quiero reyes a los que dedicar una absurda veneración, ni que protagonicen almibarados programas ni sean portadas de revistas del corazón, ni ante los cuales tenga que babear, ni que sean improvisados cómicos de pueblo en reuniones internacionales. Yo quiero un Jefe del Estado del que sentirme orgulloso. En definitiva: ¿Sobra la Monarquía en España? Para mí, sí. ¿Sobra la Jefatura del Estado? No, en absoluto.


Por último, acabaré este artículo con una rectificación: Comenzaba diciendo que no soy monárquico y no es cierto. Hay tres monarcas que cuentan con mi total admiración: el legendario Leónidas I de Esparta y los fantásticos - nunca mejor dicho - Rey Arturo y Aragorn de Arnor y Gondor. Y punto.

2 comentarios:

elgatofelino dijo...

Bueno, también están Melchor, Gaspar y Baltasar.

francisco dijo...

Que deberia hacer un rey en estos tiempos tan dificiles como los de antes pero con una distorcion de lo moral espiritual social.?... como gobernar un reinado exitoso?...