miércoles, 30 de enero de 2008

Fábula del vigilante en celo

Ocurrió el lunes 28 de enero, por la tarde, en torno a las 19:00 horas, en la estación de Retiro de la línea 2 de Metro. Nada más entrar el convoy en el que me encontraba, se escucharon unos alaridos dignos de una película de terror adolescente, tanto por el volumen como por quién gritaba: Una joven que, entre grito y grito, intentaba zafarse del placaje de un orondo vigilante de seguridad. Visto el 'espectáculo', el tren permaneció unos minutos detenido en la estación, contemplando cómo el vigilante intentaba llevarse escaleras arriba a la chica, quien no dejaba de desgañitarse ni soltaba las bolsas de una tienda de ropa. Desde luego, a juzgar por la pasión y decisión con las que se aplicaba el hombre de seguridad, uno pensaría que la joven, pese a su inofensivo aspecto, habría cometido un delito serio como un hurto, agresión o insultar a la parentela del vigilante. ¿Cuál fue el pecado que le acarreó semejante pena? Pues, parece ser, saltarse el torno de entrada al metro. Al final, la zarandeada joven subió escaleras arriba, seguida por el vigilante el cual, temerario y audaz, evitó que la presuntamente esquivadora de tornos siguiera con su delictiva carrera...

El suceso no dejaría de ser un 'curioso' e inconsciente homenaje a cierta escena de King Kong, de no ser por lo siguiente: Raro es el madrileño que no ha visto, al menos una vez, saltarse un torno en el metro o utilizar cualquier otra argucia para ahorrarse el importe del billete. Y rara es la vez que los vigilantes de turno o el personal hacen algo más que poner cara de resignación o mirar para otro lado.

¿Está mal saltarse el torno? Por supuesto que sí. ¿Está mal la usual pasividad o dejadez de quienes tienen que impedirlo? Evidentemente. Pero tan mal como que lo impidan 'sólo' a quienes les viene en gana o, mejor dicho, con quienes se atreven. Me refiero a que hay otras personas que cometen esa infracción y, tal vez por lo intimadotorio de su aspecto o su corpulencia, se van de rositas.

Son esas falta de coherencia y 'gallardía ocasional' lo que crispa a quien usa el metro con frecuencia y sabe que los saltos olímpicos de torno y el hurto en cualquiera de sus modalidades son problemas diarios del suburbano madrileño y que muy pocas veces se hace nada efectivo al respecto. Si hay que castigar esas infracciones y delitos, perfecto, que se castiguen (faltaría más), pero a todas las personas que los cometan y no sólo a aquellas que por su edad, aspecto o género son más 'asequibles' para soportar los zarandeos y la 'valentía aleatoria' de los vigilantes de seguridad.

Si jugarse el tipo entra o no dentro del sueldo, eso es otro cantar. Pero mientras esté de servicio, el personal que vigila las estaciones de metro debe cumplir con su deber siempre y no sólo cuando le apetezca o 'pueda'.

(Este artículo ha sido publicado el 30/01/08 en Ciudadano M en elmundo.es)

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