sábado, 17 de enero de 2009

Deuteronomio 7:1-2

Dos niños han muerto. Dos hermanos. Dos refugiados. Dos inocentes. Y hoy son noticia, mañana un número (más de mil) y pasado, un amargo y marginal recuerdo. No seré yo quien defienda a un pueblo, como el palestino, que alberga a individuos capaces de salir a la calle y bailar jubilosos para festejar el 11-S. Pero sí seré yo quien ataque a un pueblo, como el israelita, que hace lo que le sale del Talmud, que mata moscas a cañonazos, que sólo ve el mal en lo ajeno, que ha sacado una deleznable y fructífera rentabilidad a su proverbial victimismo y que si no fuera por la silenciosa o velada aquiescencia de Estados Unidos, habría tenido más de un justo castigo.

El problema de Oriente Próximo es que es el resultado de un histórico cúmulo de despropósitos: una vergonzosa e ineficaz diplomacia internacional con vocación de orquesta desafinada, la creación forzada y forzosa de un Estado, la amplia difusión y el masivo calado de tópicos erróneos y mentiras demasiado peligrosas, la interesada conservación de una inestabilidad que da argumentos a unos y a otros para seguir apagando el fuego con gasolina, la explosiva fricción (que no convivencia) de religiones (caldo de cultivo del terrorismo), y, sobre todo, la actitud chulesca y provocadora, propia de matón, de una nación incapaz de solucionar sus propios problemas: Israel, cuyas acciones han obtenido el macabro logro de que alguien pueda morir de puro miedo en Gaza.

El principal problema de Israel no está en los belicosos palestinos ni en el abominamble terrorismo islamista ni en el Corán (que, dicho sea de paso, tampoco es el texto más tolerante y pacífico que se pueda leer...). El principal problema de Israel está en que sólo se acuerda de los Derechos Humanos cuando rememora su diáspora, clama contra las sucesivas expulsiones de los judíos, denuncia el antisemitismo, o llora por la infernal Solución Final. Un problema que hay situar en su justo y eterno contexto: los israelitas siempre han estado más pendientes de lloriquear, dar pena y autocompadecerse que de hacer autocrítica y preocuparse de ser mejores personas que quienes les hostigan o aniquilan. Comportarse como si el mundo y las Historia estuvieran en permanente deuda con ellos, como si esperaran escuchar a cada segundo "Perdón" y recibir palmaditas en la espalda, como si estuvieran por encima del Bien y del Mal por todo lo que han sufrido, no es la mejor receta para evolucionar ni como Estado, ni como cultura, ni como seres humanos. Vamos que vestirse de Calimero para actuar luego como Terminator, no es muy coherente y, menos aún, plausible. ¿Me explico? Porque a ver quién es el portakipá que me dice, sin que se le caiga la cara de vergüenza, que todos los muertos (más de un millar) en su última "ofrenda vecinal" a Gaza eran terroristas peligrosísimos. Si ésa es la mejor forma de calmar los ánimos y zanjar el problema del terrorismo, yo soy Elvis Presley, hijos de Yahvé. Claro que, si lo que quiere Israel es tener una fuente constante de problemas que alimenten el secular rol de los judíos como víctimas de desgracias, lo están haciendo fetén. Y,ante este panorama, dejo una pregunta en el aire, para que cada cual la responda: ¿Son los judíos víctimas de sí mismos?

Sí, es una jodienda colosal ser los protagonistas de muchos de los sucesos más lamentables y trágicos de la Historia Universal y sí, a cualquier persona de bien se le encoge el alma y llora viendo "La lista de Schlinder", "La vida es bella" o "El pianista" y leyendo el "Diario de Ana Frank", pero ¿qué quieren que hagamos? ¿tenemos que concederles por ello una inmunidad "ad aeternum"? No, judíos míos, no. Les respetaremos, aplaudiremos o criticaremos si se lo merecen, como cualquier persona. Y, francamente, otra cosa no, pero críticas, se las están ganando a conciencia por su comportamiento en las últimas décadas, ya que Israel parece empeñado en comportarse con la misma indecencia y crueldad que el monstruo que desgarró el mundo con su esvástica. Israel hace años que ha convertido la estrella de seis puntas en una sádica mira telescópica y, ante algo así, uno no puede evitar sentir la misma repugnancia y aversión que tiene contra los yihadistas, los nazis, el Ku Klux Klan, ETA, y demás escoria que mancilla el aire que respira y el suelo que pisa.

Yo, en el caso de ser ciudadano de Irsael o de credo judío, me preguntaría cuándo eran mejores personas: cuando sufrían como víctimas o cuando actúan como verdugos. Si la situación actual es el camino en el que han desembocado el éxodo y el holocausto, los judíos no han aprendido nada, absolutamente nada. O, quizás, es que lo único que han querido aprender es lo siguiente: "Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra de la que vas a tomar posesión, él expulsará a siete naciones más numerosas y fuertes que tú: a los hititas, los guirgasitas, los amorreos, los cananeos, los perizitas, los jivitas y los jebuseos. El Señor, tu Dios, los pondrá en tus manos, y tú los derrotarás. Entonces los consagrarás al exterminio total: no hagas con ellos ningún pacto, ni les tengas compasión" (Deuteronomio 7:1-2).

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