lunes, 20 de agosto de 2012

Hace diez años...

...en un lugar de Navarra llamado Estella, yo apuraba mi última experiencia profesional como periodista. Un largo e intenso verano que puso el punto y final (al menos, de momento) a la que es y será siempre mi profesión. Una que ejercí viviendo intensamente cada dificultad y oportunidad en el Diario de Navarra. Y lo hice no en una vasta redacción llena de gente y ruido, sino en la discreta delegación de Estella. Gracias a ello, comprendí que el tamaño y la importancia real de un lugar no la dan las grandes dimensiones y números sino las pequeñas cosas que lo configuran.

Aquél fue el segundo verano que pasé profesionalmente en la redacción de Estella. El primero, un año antes, lo hice como becario, y el segundo, como amigo. Ambos, como periodista aún en ciernes (apenas acabada la carrera). No sé hasta qué punto ese estado de inocencia y virginidad periodística me ayudó o me perjudicó. Lo que está claro es que desde el primer hasta el último día que pasé en la delegación de Estella aprendí que, en el fondo, el periodismo lo hacen personas para personas y que la humildad es el camino más corto para hacer bien las cosas. No en vano, allí, si se quería ser útil de verdad, no te podías permitir el lujo de dedicarte en exclusiva a algo: Redactor, reportero, entrevistador, cronista, fotógrafo, maquetador... Mentiría si negara que, especialmente el primer verano, para mí fue todo un shock tener que trabajar de aquella manera, creyendo, estúpida y erróneamente, que yo allí no iba a aprender nada, que el chico de Madrid iba a dar una lección a todos los que se encontrara por el camino, que yo estaba allí única y exclusivamente para "exhibirme" como redactor. La ignorancia es osada. La gilipollez, más. Pocas veces me ha gustado tanto descubrir que estaba equivocado.

Fiestas locales (chupinazos, procesiones, festejos varios), encierros (visita al hospital incluida), comidas populares (la receta de ciertas "pochadas" parece tan secreta como la de la coca-cola), noticias de lo más variopinto y peculiar (una de las primeras que escribí fue sobre unas campanas nuevas para la iglesia de un pequeño pueblo), encuestas (donde mi timidez y procedencia me las hizo pasar putas en ocasiones), entrevistas (entre ellas, aún recuerdo la que hice a un cantaor tan estrafalario como interesante llamado Paco, el Lobo), competiciones deportivas, reseñas de obras de teatro...En la redacción de Estella aprendes de todo un poco...y muy bien.

No obstante, el propósito de este artículo no es hablar de mí ni contar batallitas, sino homenajear a las personas que dieron/dan carácter al Diario de Navarra y ponen cara a mis recuerdos de esos dos veranos. Porque, sin lugar a dudas, fue gracias a esas personas que aprendí en esos meses más que en cuatro años de carrera (sin desmerecer en absoluto a los fantásticos profesores y compañeros que tuve en la universidad). Una plantilla a la que respeto y ante la que  me quito el sombrero profesionalmente. ¿Quiénes? Pues...María Puy Amo, que inauguró con firmeza la lista de mujeres para las que he trabajado (y trabajo); Fernando P.Barber, un periodista interesante que parecía sacado de una novela de su colega Ray Loriga y que me enseñó a no renunciar a mi estilo personal; Rosana Aramendía, que demostró que la profesionalidad luce igual sin importar ciudad ni periódico; Marcos Sánchez, un crack de la sensatez y la templanza; Irache Castillo, una chica de lo más divertida y mi primera amiga (que no la última)en esa redacción; José de Astería, un hombre bueno del que aprender siempre y que me demostró que la pasión periodística no tiene fecha de caducidad; Myriam Munárriz, pura personalidad y carácter dentro y fuera de la redacción; y Diego Echeverría, quien, junto a Puy y Montxo, me enseñó que una buena historia cabe dentro de una sola fotografía.

Desde entonces, han pasado diez años y no he vuelto a trabajar como periodista, pero, gracias a lo vivido en aquellos dos veranos y a la compañía que tuve, nunca me voy a arrepentir de haber estudiado y ejercido una profesión que, más allá de la lealtad a la verdad, consiste en contar historias con honestidad y humanidad.

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