viernes, 28 de noviembre de 2014

Los dos lados de la ventana

Fuera, tras la ventana, una luz ahogada en blanco sepulcraba el teatrillo de un otoño que ensayaba un día más la despedida. Fuera, tras la ventana, la neblina emergía espectral desde el río, desvaneciendo los huesos roídos de los árboles. Fuera, tras la ventana, decenas de suelas machacaban la hojarasca que amortajaba las calles como los jirones de un diario obsoleto. Fuera, tras la ventana, el viento olía a brindis y derrota, a telón a punto de caer. Fuera, tras la ventana, la orquesta desafinada de la ciudad rompía el réquiem con su enjambre de ruidos. Fuera, tras la ventana, el mundo seguía su locura de peonza. Dentro, tras la ventana, el tiempo suspendido en la penumbra era el principio y el final de toda esperanza. Dentro, tras la ventana, el espeso silencio velaba el derrumbe de un aliento que se apagaba como el sol en el oeste. Dentro, tras la ventana, las palabras se disolvían en recuerdo y en nada dejando en el aire un amargo olor a nostalgia. Dentro, tras la ventana, los sueños por vivir, las promesas por cumplir y los proyectos por hacer se habían disuelto como sueños separados de la almohada. Dentro, tras la ventana, la vida se escapaba como un castillo de arena asediado por la espuma salada. Dentro, tras la ventana, el teléfono permanecía enmudecido por los vivos que no quieren saber nada de la muerte. Dentro, tras la ventana, los vestidos de las grandes ocasiones colgaban resignados al nunca más. Dentro, tras la ventana, las lágrimas abrillantaban unos labios combados en sonrisa. Dentro, tras la ventana, un coqueto pañuelo coronaba un cuerpo a punto de implosionar. Dentro, tras la ventana, ella miraba la vida marchar.

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