domingo, 28 de septiembre de 2014

"La isla mínima": entre la excelencia y el fallo

Anoche vi "La isla mínima", película de Alberto Rodríguez que propone al espectador visitar algo tan devaluado en general como inusual en el cine hecho en España como es el noir o género negro/policíaco, circunstancia que por sí sola, esto es, dejando al margen el merecido interés que genera su director y el reparto liderado por excelentes actores, hace de este film algo bastante apetecible a priori.

Después de verla, me queda una sensación confusa, agridulce: no sé si quedarme con lo bueno, con lo malo o con ambas cosas. Si me quedo con lo bueno, me quedaría con la excelente fotografía (ojo a los títulos de crédito), con las magníficas interpretaciones de un reparto en el que brillan Javier Gutiérrez (magistral), Raúl Arévalo, Antonio de la Torre y
Nerea Barros y con la eficaz creación de ambientes (tanto exteriores como interiores y tanto naturales como sociales y personales). Si me quedo con lo malo, me quedaría con un guión en el que algunas lagunas y ciertos cabos sueltos merman seriamente lo que podría haber sido una película redonda. Si me quedo con ambas cosas, sólo puedo decir que "La isla mínima" es una película lastrada por sus defectos pero bastante por encima de la media (en todos los sentidos) de las producciones españolas.

Deteniéndome en dichos "lastres", la mayoría están en el guión. Y

no es porque la idea central sea mala ni porque los personajes estén mal construidos ni porque las tramas sean aburridas ni tampoco porque fracase con lo básico del género: entretener mientras se genera tensión e interés en el receptor (en este caso, espectador). Al revés: "La isla mínima", en cuanto a las conveciones de género, es canónica: un crimen por resolver, una dispar pareja de investigadores (que aquí funciona en segundo plano como un interesante trasunto de las "dos Españas"), un ambiente inquietante, un juego de silencios y mentiras y un paseo por lo peor del alma humana. El problema viene a la hora de atar cabos. Cuando se cuenta una historia, tanto en general como especialmente en el género policíaco, una de las cosas más importantes (y difíciles) es la de evitar generar falsas expectativas, es decir, evitar iniciar caminos que llevan (al lector/espectador) a ninguna parte. ¿Por qué? Porque da lugar a equívocos, confusiones o mosqueos de quien sigue esa historia. Iniciar tramas complementarias, sembrar dudas o dejar pistas es muy divertido y funciona muy bien en este tipo de historias...siempre y cuando haya algo al otro lado del camino que el autor propone seguir, es decir: siempre y cuando consigan ensamblarse al final si no todas ellas sí las piezas más importantes de ese puzzle que es cualquier
narración (literaria, cinematográfica, etc). Y es aquí donde, en mi opinión, "La isla mínima" patina y se enfanga. Habrá quien diga que la cuestión principal (revelar al criminal/asesino) queda resuelta y que no se necesita más. También puede haber quien defienda que no es necesario que queden atados todos los cabos porque en la vida real siempre quedan preguntas sin respuesta. De acuerdo, pero hay que saber escoger qué cabos dejar sueltos y ahí está el gran "pero" que yo le encuentro a esta película. Del mismo modo que la duda final de "quién es el tercer hombre" (un clásico, por otro lado) funciona bien dejando en el aire su aclaración, no pasa lo mismo a la hora de explicar la conexión entre la trama de los asesinatos y la de las depravaciones sexuales, ni el vínculo (si es que lo hay) entre el asesino y los otros indeseables, ni si de estos últimos van todos a la cárcel o sólo el personaje que muestran en pantalla ni cómo se consigue precipitar su detención. Cuestiones lo suficientemente importantes como para dejar su respuesta a la imaginación del espectador. Como también queda a la imaginación del espectador buscar una explicación a esas deficiencias: ¿prisa por acabar? ¿falta de ideas? ¿exceso de confianza? ¿olvido?...

De todos modos, uno de los puntos más interesantes para mí de "La isla mínima" es su propuesta para visitar el Sur como lugar mítico, varado en el tiempo, primigenio, visceral y decrépito. Un lugar en el que la apabullante e inmensa belleza de la naturaleza contrasta con el temible y profundo horror del ser humano. Un
lugar lleno de luz que hace más hondas e inquietantes las sombras. Un lugar en el que el fango está a uno y otro lado de la piel. Un lugar en el que la esperanza es un Dios que se ha ido. Un lugar muy parecido al infierno en la tierra. Un lugar en el que demonios y condenados conviven en una armonía demencial y perpetua. Y esto es algo que la película consigue reflejar muy bien ambientando la historia en las marismas del Guadalquivir, consiguiendo que ese marco, que ese ambiente no sea "un personaje más" (cliché tan manido como absurdo) sino que se configure como un estado de ánimo hasta el punto de que cuesta decidir si es el escenario el que define a los personajes o al revés. Por cierto que esto del escenario sureño, unido al género noir y a elementos como "pareja de investigadores", "crimen por resolver" y "víctimas adolescentes", ha llevado a bastante gente a comparar "La isla mínima" con "True detective". Un error entendible por su coincidencia en el tiempo pero error en definitiva: ambas juegan, en todos los sentidos, en ligas distintas y, además, siendo fieles a la realidad, la pre-producción de esta película es anterior en el tiempo a la de la acojonante serie de HBO. Por tanto, respetemos la entidad de cada cosa y su valor en sí misma y no comparándola para bien o para mal con otra.

En definitiva, esta película me deja la sensación de que sus partes son mejores que el todo y de "lo que pudo ser y no fue" pero hay que valorarla por su excelente factura técnica y por atreverse a hacer algo distinto, que no es poco.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Todo por celebrar

Aquel día tampoco hubo nada que celebrar. Ni cumpleaños ni aniversarios ni premios de lotería ni ofertas de trabajo ni triunfos deportivos ni mapas del tesoro ni genios de la lámpara ni superhéroes al rescate. Otra jornada más llena de nada. Como el día anterior. Como el día siguiente. Como todos los días en los que la incertidumbre transformaba las cuentas bancarias en relojes de arena y el futuro en un lugar sospechoso. Como todos los días en los que vivir era sobrevivir en el alambre en un tiempo en el que llovían funambulistas. Como todos los días en los que tener más de treinta años era respirar en tierra de nadie. Como todos los días en los que el desempleo acortaba la vida más que el tabaco. Como todos los días en los que la felicidad era la última especie en extinción. 
El descansillo de la escalera olía a televisores cenando mientras la noche se desparramaba por el cielo como una caricia de azúcar. Dentro, en la cocina, duchada por una luz azulada que sacaba un brillo lunar a los azulejos negros, ella terminaba de fregar los cacharros. Sólo el siseo del grifo convertía al silencio en espuma. En su mente, las nubes por despejar. Al sentir sus manos rodeándola como la marea, se sobresaltó. La preocupación siempre es un buen silenciador. Él no dijo nada; apoyó la boca en su nuca y dejó que su nariz se llenara de ese perfume que siempre tendría para él ninguna marca, un nombre y dos apellidos. "No hagas el tonto" dijo ella sin volverse. La calidez de sus manos desapareció de su vientre y su aliento se despegó de su larga cabellera castaña. Sacó en silencio el iPhone de su bolsillo. Un segundo. Dos segundos. Tres segundos. Una canción comenzó a sonar y la cocina se vistió de bolero. Él volvió a rodearla con sus brazos, la giró suavemente y la estrechó contra sí. No hubo palabras en ninguna boca. Él comenzó a moverse lentamente al son de aquella melodía color de ron. Ella sonrió, acunó su cabeza en su pecho y dejó perderse en su abrazo. Primero desaparecieron las sartenes y los platos. Luego el fregadero y la nevera. Después los armarios. Y los azulejos. Y la luz. Y las paredes. Y el suelo. Y el resto del piso alquilado. Y el edificio de maderas canosas y vecinos crujientes. Y la ciudad encendida en siluetas. Y el país al borde de la desesperanza. Y el mundo al filo del colapso. Y el tiempo mismo. Todo desapareció hasta que sólo quedaron ellos dos, bailando aquella canción con sabor a atardecer. Ella lo abrazó más fuerte y él la besó suavemente en la cabeza. Y así se quedaron aún mucho después de que el bolero acabara.

lunes, 22 de septiembre de 2014

"La luz oscura de la fe": el Brujo y el místico

Antaño, los místicos alcanzaban el éxtasis a través de la soledad, la introspección y una comunicación íntima con Dios. Hoy, en el siglo XXI, es posible alcanzar el éxtasis sin vestir hábito, en compañía y con independencia de creer o no en Dios: basta con ir a ver una obra de Rafael Álvarez "El Brujo".

"La luz oscura de la fe" ha sido el nuevo montaje que ha estrenado en Madrid este excepcional dramaturgo y actor. En esta ocasión, después de adentrarse en el universo de célebres autores tan dispares como Cervantes, San Juan, Shakespeare, Homero o Apuleyo, "El Brujo" nos acerca a la vida y obra de uno de los grandes místicos y poetas españoles: San Juan de la Cruz, quien, por cierto, es el segundo religioso al que Rafael Álvarez presta atención e ingenio, después de haber hecho lo propio con San Francisco de Asís.

La obra es fiel al estilo de "actor solista" que encarna y ensalza "El Brujo" en España como hicieron en Italia otros dos monstruos de las tablas como Vittorio Gasman y Darío Fo. Así, durante cien minutos, el público tiene la oportunidad de conocer o redescubrir la vida y obra del místico castellano, de comprender qué luz es capaz de brillar allí donde no hay luz y de
ver en acción a uno de los grandes actores de los que quedan vivos en España y un auténtico maestro a la hora no ya sólo de actuar sino también de hacer pensar y hacer reír. Y es que las lecciones que da Rafael Álvarez "El Brujo" sobre un escenario van con frecuencia más allá de lo estrictamente dramático. Eso por no hablar de su habilidad para salir airoso de cualquier brete, ya sea éste meramente interpretativo, el IVA de Montoro o la gente que no sabe, no recuerda o no quiere silenciar un teléfono móvil durante una representación...Si, además de eso, está acompañado del excelente violín de Javier Alejano y el canto titánico de Enrique Morente (genial tributo, por cierto), pues no cabe ya duda ni reparo alguno en sentarse en la butaca con la total confianza en que vas a disfrutar. Y mucho.

Centrándome en el tema de "La luz oscura de la fe", esta obra, más allá de las andanzas vitales y la formidable poesía de San Juan de la Cruz, aborda como asunto último y profundo la belleza,
entendida no sólo desde la estética y lo exterior sino desde la consciencia y lo íntimo. En ese sentido, Rafael Álvarez consigue que el espectador comprenda que para descubrir y disfrutar la belleza hay que saber mirar o, mejor dicho, simplemente hay que saber. Así, la belleza se sitúa como algo mucho más allá de lo sensorial. Es algo que tiene más que ver con el conocimiento y la serenidad que con los cinco sentidos. Es un estado del alma que permite tanto alumbrar a otros como a uno mismo. Es esa luz oscura capaz de brillar allí donde no hay luz y de iluminar nuestros momentos más sombríos. Es la armonía capaz de conectarnos incluso con lo que no somos capaz de describir sino tan sólo de vivir. Es lo que nos hace sentir el placer de sentirnos en paz.

Así las cosas, "La luz oscura de la fe" supone una muestra más (y van...) de que presenciar una obra de "El Brujo" tiene toda la excelencia de lo sagrado y toda la complicidad de lo festivo. Sólo así se puede entender el extraordinario talento de Rafael
Álvarez para fusionar lo poético y lo mundano, la reflexión y el chascarrillo, la melodía y la palabra, la sentencia profunda y la chanza hilarante, la música y el silencio, lo universal y lo personal, la serenidad y el histrionismo, lo elevado y lo cercano, lo pasado y lo actual. Quizás todo ello forme parte de su embrujo. Como también forma parte de su arte arcano su habilidad para conseguir que un público tan heterogéno y dispar como el que le sigue reaccione de idéntica manera. Igual que forma parte de su encantamiento lograr que el espectador se sienta no sólo testigo sino cómplice, camarada y compañero de ese viaje que "El Brujo" propone en cada una de sus obras. 

Por todo ello, después de haber tenido la suerte de ver a lo largo de varios años "El Lazarillo de Tormes", "El ingenioso hidalgo de la palabra", "San Francisco, juglar de Dios", "El Evangelio de San Juan", "Mujeres de Shakespeare", "La Odisea" y "La luz oscura de la fe", no puedo más que desear disfrutar más pronto que tarde de lo nuevo de Rafael Álvarez. Y es que quizás "El Brujo" no consiga que el espectador salga viendo luces (como le ocurría a San Juan de la Cruz) pero sí con una sonrisa a un lado y otro de la cara. Y eso, con independencia del precio de la entrada, es sencillamente impagable.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Batman: 75 años de un icono

Hoy se celebra en España el "Día de Batman" un festejo que sirve para celebrar el 75 aniversario de uno de los personajes no ya de los cómics sino del ámbito de la ficción en general con más difusión y arraigo social: Batman, o, lo que es lo mismo, Bruce Wayne.

Creado por Bob Kane y Bill Finger, Batman se dio a conocer en mayo de 1939, en el nº 27 de la publicación Detective Comics. Desde entonces, su carisma e interés han ido creciendo constantemente hasta convertirlo junto a Superman (o tal vez incluso superándolo) en el gran exponente del universo superheroico ideado por DC Comics.  Un logro que no es de extrañar dado el potente magnetismo que tiene este personaje: la dualidad de identidades, la ausencia de cualquier tipo de superpoder, el aura trágica que envuelve y define su vida, el uso del ingenio y la voluntad como mejores armas contra el crimen, las complicadas relaciones afectivas que tiene, las taras emocionales y sentimentales que padece, la tentación de dejarse llevar... son muchos los alicientes de una creación que con el paso de los años y de los autores (Dennis O'Neil, Steve Englehart, Frank Miller, Alan Moore, Jeph Loeb, Grant Morrison...) ha ido ganando en profundidad y matices hasta el punto de que, en mi opinión, está más cerca de los grandes personajes de las tragedias griegas o Shakespearianas que de la simplicidad casi naif que define a la mayoría de superhéroes comiqueros. 

El detective enmascarado, el vengador nocturno, el protector de Gotham, el cruzado de la capa, el vigilante de la noche, el caballero oscuro...son muchos los sobrenombres utilizados para referirse a Batman. No obstante, creo que, por encima de indumentarias y sobrenombres, lo que mejor define a Bruce Wayne es su personalidad. Una manera de pensar, ser y actuar marcada por el sustrato trágico que late en la condición humana: Batman
está definido por la pérdida y la contradicción, por el recuerdo y el dolor, por las distancias y las ausencias tanto físicas como íntimas, por la fatalidad y la convicción, por la fricción entre los principios y las pulsiones, por la confrontación entre el orden y el caos, por la castración del deseo, por el complejo de culpa, por la lucha entre el símbolo y la persona. Es un personaje al que la amargura y el sufrimiento no le son ajenos sino identitarios. En ese sentido, Batman es quizás el héroe más sombrío de todos los de DC Comics (y quizás también de Marvel). Es un agujero negro. Es un hombre que combate el miedo con el miedo. Es un personaje definido por la oscuridad, tanto interior como exterior. Es un héroe que hace justicia en nombre de la venganza y cuya mayor heroicidad consiste en sacrificar constantemente "lo personal" para alcanzar "lo necesario". Es alguien que teniendo toda clase de motivos para ser oscuridad decide ser luz. Ése es Batman.

Pero también está definido por sus enemigos. Los rivales de Batman contribuyen a perfilar su identidad mediante la contraposición. Un juego de paradojas que podría resumirse así: El Joker es un hombre devorado por el caos mientras que Batman es
un hombre devorado por el orden; El Pingüino utiliza su poder económico con fines egoístas y delictivos mientras que Batman emplea su riqueza en preservar el bien común; Dos Caras representa la equidistancia entre la Justicia y la venganza mientras Batman supone la renuncia a la venganza en favor de la Justicia; Bane es lo que sería Batman si se dejara llevar por sus deseos y pasiones; Catwoman encarna la libertad del ser mientras que Batman constituye la necesidad del deber; Manbat es el reverso físico y psicológico de Batman...Quizás por eso es tan interesante la pintoresca galería de villanos que ofrecen las aventuras de Batman: ayudan a establecer un duelo de contrarios, una simetría inversa e inquietante que ayuda a subrayar y definir al héroe.

No obstante, dejando a un lado todo esto, Batman es quizás el más "transmedia" de todos los héroes de ficción ya que hace tiempo trascendió el mundo del noveno arte para adentrarse en...
  • La televisión: Tanto con la serie sesentera protagonizada por Adam West que hoy es objeto de culto (y parodia) como por varias series animadas entre las que destaca muy especialmente aquella que en los noventa demostró que una serie de ese estilo podía tener una calidad e intensidad dramática igual o superior a muchas protagonizadas por actores de carne y hueso. A esto habrá que sumar la serie de próximo estreno "Gotham", una precuela que ha generado bastante expectación.
  • El cine: En este ámbito, cabe decir que si con Tim Burton se convirtió en icono pop y con Joel Schumacher en un motivo para arrancarse los ojos (o la cabeza, directamente), Batman se transformó gracias a Christopher Nolan en tres películas monumentales de una calidad extraordinaria e indiscutible que obligan a poner en cuarentena al nuevo Batman ideado por Zack Snyder...
  • Los videojuegos: Apartado éste en el que, pese a encontrar juegos de diferentes épocas, plataformas y dispositivos (incluso teléfonos móviles), Batman ha alcanzado la perfección en los últimos años con la impresionante y espectacular saga "Batman: Arkham".
Por todo ello, no cabe más que celebrar la excelente salud de un personaje que, 75 años después de aparecer por primera vez, tiene un impacto social, cultural y generacional tan profundo como innegable. Batman rules!

viernes, 19 de septiembre de 2014

Los árboles de Madrid

A veces, algo tan inesperado como un árbol puede decirte sobre la política mucho más y mejor que cualquier politólogo, contertulio o periodista. Para ejemplo, los de mi ciudad, Madrid, que hace ya varias semanas que están protagonizando titulares gracias a la inusitada (por frecuente) caída de ramas cuando no del tronco entero, habiendo fallecido ya tres personas a cuenta de estos incidentes.

Basta darse un paseo por el Retiro o por cualquier otro parque o zona arbolada de Madrid para percatarse de que muchos árboles tienen un aspecto tan saludable como el de un paciente de UCI. El síntoma más evidente de todo ello, junto a las citadas caídas, es el hecho de que hace ya semanas que parece que el otoño ha llegado con demasiada anticipación a Madrid y la hojarasca resultante tiene poco de otoñoal y mucho de inquietante. Si a esto se le unen otros elementos fácilmente constatables como el de las numerosas hojas "verdes" moteadas por lo que podría parecer pintura blanca o disolvente, las ramas quebradas que amenazan ruina, los ya nada infrecuentes árboles secos o la preocupante inclinación de los troncos de árboles de grandes dimensiones...es normal la creciente sensación de alarma-mosqueo que tenemos muchos madrileños.

Yo no sé si este colapso del arbolado en Madrid se debe a los recortes en la plantilla de los encargados de velar por la "salud" de los árboles, a decisiones erróneas en la gestión de su mantenimiento, a deficiencias en su cuidado, a la irresponsabilidad en su plantación inicial, a la desconsideración a la hora de realizar según qué obras, a las extrañas podas masivas en primavera, a la contaminación que se empeñan en menospreciar algunos, a alguna enfermedad o plaga botánica o a que simplemente los árboles se han hartado de vivir en Madrid. Probablemente, sea un batiburrillo de todas esas razones. Lo que sí sé es que esta situación apesta a desidia y negligencia. Lo que sí sé es que la competencia de la conservación y la protección de las zonas verdes está en última instancia en manos de (oh, sorpresa) dirigentes políticos. Lo que sí es que, más allá de lo botánico y medioambiental, estas desagradables circunstancias reflejan casi poéticamente lo que ha pasado con Madrid en las últimas décadas: los árboles de la capital de España son su particular retrato de Dorian Gray. Una ciudad que en los últimos lustros ha pasado del exceso a la decadencia por culpa de unos responsables políticos más pendientes de alimentar sus ambiciones personales que de servir a Madrid. Una ciudad descuidada que huele a fin de fiesta. Una ciudad que se hunde en la mediocridad y la decrepitud cuando debería estar brillando gracias a todo su potencial inherente. Lo fácil sería echar la culpa de todo esto a la inepta "mujer de" que ocupa la alcaldía ahora mismo (quien, por cierto, haciendo un favor a la Humanidad en general y los madrileños en particular, no va a presentarse en las próximas elecciones municipales) y decir que ha conseguido que los árboles madrileños luzcan un "look" tan lovecraftiano como el suyo. Pero eso sería injusto. O, mejor dicho, insuficiente. Su parte de (ir)responsabilidad tiene también su antecesor en el cargo y actual Ministro de Justicia (quien, por cierto, haciendo un favor a la Humanidad en general y los españoles en particular, medita desaparecer de la vida política). Lo cierto es que, sea por culpa de la aberrante adefesia actual o del cretino narcisista previo, Madrid es hoy víctima de la negligencia de sus responsables políticos y sus árboles el mejor exponente de que el único vendaval que ha pasado por esta ciudad es el de unos alcaldes deplorables.

La prueba más evidente de que el ragnarok de los árboles es algo objetivamente malo y artificial (es decir, no natural), de que era subsanable y de que alguien tiene algo parecido a "complejo de culpa" es que en esta semana, después de la enésima caída arbórea, los operarios municipales se han lanzado como locos (al menos en mi barrio) a cortar árboles y podar ramas con una mesura nivel "Leatherface en Magaluf". Una reacción tan torpe como exagerada que no hace más que subrayar que la culpa de toda esta deprimente situación no está tanto en la falta de medios como en la falta de cerebro y de vergüenza

Así las cosas, de momento, a los madrileños sólo nos queda el recurso de hacer como los galos de Astérix: salir a la calle mirando al cielo, no vaya a ser que caiga sobre nuestras cabezas. Aunque, la verdad, mejor haríamos mirando con igual temor hacia el Ayuntamiento...

miércoles, 17 de septiembre de 2014

El Toro de la Vega: semos asín de brutos

Ayer se celebró en Tordesillas el denominado "Torneo del Toro de la Vega", un festejo que se remonta a la época de la invasión musulmana (aunque su referencia más antigua es del siglo XVI) y que en los tiempos actuales es objeto de bastante polémica, como se ha demostrado en su última edición, que se ha saldado con una manifestante en el hospital y los lugareños demostrando su nivel evolutivo lanzando pedradas a los detractores del espectáculo congregados en la localidad vallisoletana para protestar contra esta tradición.

Antes de continuar, conviene recordar que este sarao ha sido distinguido como "Fiesta de Interés Turístico de España", "Espectáculo Taurino Tradicional" y "Patrimonio Cultural Inmaterial" y que sus defensores alegan que se trata de una tradición que se remonta a la Edad Media.

Por empezar por este último "argumento", supongo que los partidarios de esta "tradición" también tendrían a bien recuperar la Inquisición, el derecho de pernada y las ordalías del hierro candente o la caldaria, elementos todos ellos con arraigo contrastado en España ya en la Edad Media y que animarían sus vidas de una forma incluso más intensa que el Toro de la Vega. Si no, es mejor que se metan la lengua donde no da el sol y dejen de utilizar el origen medieval como razonamiento y pretexto para defender su existencia.

En cuanto a las rimbombantes calificaciones antes citadas, uno no acaba de ver ni el componente festivo, ni el interés turístico ni menos aún el empaque cultural que puede tener ver a una turba berreante lanceando a un toro hasta matarlo. Yo no sé quién fue el excelso cretino que dio el visto bueno a tales distinciones (imbéciles hay en todas partes), pero sí sé que lo del Toro de la Vega tiene de festivo lo mismo que una violación en grupo, tanta cultura como un concurso de eructos y tanto de espectáculo como una ejecución. Lo que está claro es que con tales denominaciones lo único a lo que se da lustre es a la capacidad del ser humano para exhibir su estupidez como un pavo real su cola. Para que les quede claro a los lanceros y compañía: No hay arte en la crueldad, no hay dignidad en la destrucción, no hay fiesta en el sinsentido y no hay cultura en la muerte. España puede y debe presumir turísticamente de su historia y de su cultura pero no de los tarados que aún pululan por su territorio.

Soy consciente de que España tiene muchos y distintos motivos tanto para sentirse orgulloso como para sufrir una terrible vergüenza ajena. El Toro de la Vega está en éste último grupo. Y lo está tanto por el hecho en sí (siempre estaré en contra de algo que implique o justifique la humillación, el maltrato o la muerte de un animal) como por cuanto permite constatar que en España sigue habiendo un preocupante excedente de gañanes; gente
que, con independencia de su procedencia, residencia o aspecto físico, deben su calificación como "gañán" a una capacidad cognoscitiva, racional e intelectual que les convierte en sospechosos de ser el eslabón perdido. Gentuza urbanita o rústica (lo mismo da) cuya existencia y proliferación son a la Humanidad lo que las hemorroides al cuerpo humano. Personas que no me dan ni risa ni pena sino un profundo asco. Ayer, viendo las imágenes del cisco que se montó en Tordesillas, pensaba que si se cambiara a los lugareños en vaqueros y chándal por negros tribales africanos de los de lanza y escudo habría en España quien pondría el grito en el cielo y hablaría de "tercermundismo", "barbarie", "incultura", etc. La hipocresía humana es así. Lo que es evidente es que si ayer hubiera caído en meteorito en el palenque de Tordesillas lo único que habría habido que lamentar sin miedo a equivocarse habría sido la muerte de un toro.

En definitiva: el Toro de la Vega no es ninguna fiesta digna de respeto ni una costumbre de la que sentirse orgulloso. Al contrario, es una majadería y una salvajada cuya existencia es una de esas "cosas" que España debe erradicar sea como sea si se pretende que algún día deje de ser un país más cerca de los esperpentos de Valle-Inclán y las películas de Berlanga que de una nación civilizada del siglo XXI.

domingo, 14 de septiembre de 2014

"Boyhood": el arte de crecer

Podría hablar en este artículo de cómo el arte no hace otra cosa más que hablarnos de la vida. Podría hablar en este artículo de cómo una obra de arte (una novela, un poema, una canción, un cuadro, una escultura, una película...) es capaz de marcar una vida o de asociarse íntimamente a un momento que no se olvidará jamás. Podría hablar en este artículo de cómo una película es capaz de dejarte sin palabras y llenarte de sensaciones y pensamientos. Podría hablar en este artículo de cómo buscando lo extraordinario ninguneamos lo esencial. Podría hablar en este artículo de cómo nos pasamos nuestra existencia fijando objetivos, metas y planes y embarullándonos en problemas artificiales mientras nos olvidamos de vivir o, mejor dicho, de aprender a vivir. Podría hablar de todo eso a propósito de "Boyhood" y no me faltaría razón...pero quizás me quedara corto.  Así que mejor empiezo de nuevo: "Boyhood" es una película intimista, cómplice, inteligente, emotiva y, por encima de todo, especial. Especial por haberse rodado durante doce años dejando que ese mismo plazo de tiempo sea el que transcurra en la ficción. Especial porque renuncia a cualquier artificio y grandilocuencia para apostar por la naturalidad y la honestidad. Especial porque demuestra cómo se puede contar magistralmente una historia usando inteligente y sutilmente el tempo y las elipsis narrativas. Especial porque su reparto regala unas interpretaciones tan llenas de verdad, de realismo, de piel, que por momentos más parece un documental que una película al uso. Especial porque al mismo tiempo que te reconecta con lo que fuiste te recuerda lo que deberías ser. Especial porque consigue que el espectador empatice y se encarne en ese poliédrico núcleo de personajes que conforma la familia Evans. Especial porque, de la mano de Mason Jr, hace que vuelvas atrás en el tiempo, al momento en que empiezas a descubrir la vida. Especial porque nos ofrece una historia en la que sin pasar nada, pasa de todo. Especial porque nos hace redescubrir todo lo extraordinario que hay en lo mundano. Especial porque retrata con mucha inteligencia y sensibilidad el decisivo tránsito desde la niñez hacia la vida adulta. Especial porque se atreve a asomarse a la historia más difícil e inabarcable de todas, al reto más apasionante y complejo, a la aventura definitiva: a la vida.

Así las cosas, sólo cabe quitarse el sombrero ante la monumental película que Richard Linklater como director y guionista y Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Ethan Hawke y Lorelei Linklater como actores principales han regalado al cine. Una película en la que las partes están continuamente hablando del todo y en la que descubrimos lo grande a través de lo pequeño y lo universal a través de lo cotidiano. Quizás los premios se olviden de ella, pero eso no ocurrirá con ningún espectador que quiera dedicar casi tres horas de su vida a recordar en qué consiste esto de vivir. Porque, dejando al margen el hecho de que retrata sin estridencias los ritos iniciáticos "made in América" (la acampada, las armas de fuego, la fiesta de graduación...), uno de los muchos méritos de "Boyhood" es lograr que el espectador de cualquier parte del mundo descubra o recuerde (tal vez para siempre) que vivir no consiste en resistirse ni en evitar los cambios sino en liderarlos; que vivir consiste en contar con lo inesperado; que vivir no consiste en planificar sino en saber reaccionar; que vivir no consiste en cerrar los ojos sino en mantener la mirada; que vivir no consiste sólo en "estar" sino también en "ser"; que vivir consiste tanto en saber disfrutar como en saber sufrir; que vivir consiste no tanto en dejarse llevar como en dejarse enseñar; que vivir consiste en aceptar la imperfección de la que formarmos parte; que vivir consiste en saborear cada segundo de felicidad como si no existieran ni el pasado ni el futuro; que vivir no consiste en huir de la desgracia sino en afrontarla como un peaje del continuo aprendizaje que es la vida; que vivir consiste en saber dejar atrás; que vivir consiste en mirar hacia delante sin olvidar lo aprendido; que vivir no consiste en memorizar un guión sino en improvisar; que vivir consiste en dejar que sea el momento el que te atrape y no al revés; que vivir consiste en encontrarnos; que vivir, en definitiva, es el arte más difícil de todos.

Por todo ello, "Boyhood" no es sólo una película que hay que ver. También hay que agradecerla, quererla, sentirla y recordarla. Siempre.  

sábado, 13 de septiembre de 2014

Un cambio en el Otro Gobierno

Siempre ha habido uno. En todas las épocas y en todos los lugares. Me refiero a un gobierno fáctico, "discreto", en la sombra, paralelo al oficial pero que, a la hora de la verdad, es el que maneja todo...sin ninguna legitimidad ni responsabilidad ante la ciudadanía. Denominaciones oficiales ha tenido muchas y variadas a lo largo de la Historia; en España, éstas: Consilium principis en la Antigua Roma, Aula Regia en la época visigoda, Curia Regia en la Alta Edad Media, Consejo Real en la Baja Edad Media...Igualmente, denominaciones ambiguas, interesadas o directamente eufemísticas, también ha tenido muchas, siendo las más comunes: "lobby", "poder fáctico" o "grupo de presión". Actualmente, en España, la denominación que recibe el Otro Gobierno es "Consejo Empresarial para la Competitividad", un ente en el que se encuentran representados muchos (no todos) de los grandes señores del IBEX 35, versión siglo XXI de los magnates medievales que pululaban alrededor del monarca de turno con unas intenciones no precisamente altruistas. Aunque aparentemente el CeC tiene como intención evaluar la situación económica del país y proponer ayudas que puedan repercutir en beneficio de España (aquí debería haber un sonido de risas enlatadas), en la práctica y a la vista de todos el CeC se dedica básicamente (al menos eso demuestran sus voceros) a adular hipócritamente al inepto que pernocta en La Moncloa a cambio de mangonear en la política económica nacional y mercadear favores varios.

Por eso, todo cambio que ocurra en ese Otro Gobierno (el de verdad) tiene (o debería) el mismo interés que cualquier cambio en el Gobierno elegido democráticamente por los ciudadanos. De ahí que sea especialmente relevante que haya muerto Emilio Botín, el penúltimo de una famosa saga de banqueros, el tahúr por excelencia de las finanzas nacionales, el referente de los bajos fondos de las altas esferas, el más importante de todos los Mefistófeles de la trastienda política española de los últimos lustros y líder oficioso del CeC. Un empresario con un éxito evidente...basado, herencia familiar aparte, en su prodigioso talento para poner una vela a Dios y otra al Diablo, jugar a dos bandas (políticamente), actuar según sople el viento y salir con las manos limpias de asuntos muy sucios. Un excelente bambalinero, un genial mercader de favores, el "capo di tutti capi". En definitiva, un personaje crucial en la España reciente al que, por culpa de su pasión por los tejemanejes con las altas esferas, debe ser recordado también y quizás por encima de todo como un tipo turbio. Por eso, pido disculpas a quien esperara que me sumara a la hilarante catarata de elogios, panegíricos y loas que ha recibido el difunto Botín. Yo no me alegro por su muerte (tanta paz lleve...) pero tampoco su cambio de estado va a ser obstáculo para decir la verdad.

De todos modos, más allá de los cambios en su emporio santanderino, la ausencia permanente de Botín va a tener como una de sus consecuencias más notables que el líder oficial del CeC podrá heredar el manto de rey del mambo en cuanto a tejemanejes y
chanchullos con el poder se refiere. Un hombre que saltó hace ya años a la fama nacional por la prescripción de un delito y que, en ausencia de lozanía y carisma, reúne unos requisitos extraordinarios para ser el "nuevo Botín": ambigüedad ética y política, adicción al nepotismo, devoción por el amiguismo, vergüenza distraída, soberbia rampante y una total obnubilación causada por la erótica del poder que le lleva a ofrecer/aceptar cualquier tipo de favor (¿por qué lo llaman "favor" cuando quieren decir "enchufe"?) con tal de codearse y/o congraciarse con quienes están (o se creen) por encima del Bien y del Mal, aunque eso suponga para su compañía un descrédito o ridículo importante. Por tanto, pese a la baja de Botín, el Otro Gobierno no corre peligro con el nuevo macho alfa de la tramoya económico-política: España seguirá en sus manos y...la democracia en busca y captura.

Así las cosas sólo cabe decir: ¡Mefisto ha muerto! ¡Viva Mefisto!

viernes, 12 de septiembre de 2014

A vueltas con Cataluña

No es la primera vez que escribo sobre el tema pero sí espero que sea la última. Antes de nada, recuerdo y aviso: tengo apellidos, sangre y amistades catalanas. Dicho esto, creo que, por mucho que se empeñen algunos catalanes, ni el principal culpable de los males de Cataluña es su pertenencia a España ni la solución a su decadente situación económica, social y política pasa por desvincularse de España.  Y no lo digo por afán patriótico ni por exaltación de la unidad ni todo ese bla, bla, bla. Lo digo porque pienso que... 

1) El victimismo patológico del que hacen gala en su argumentario más emocional los nacionalistas e independentistas catalanes nada tiene que ver con afrentas gubernamentales o procedentes del resto del país. Tradicionalmente, la mayor parte de las malas experiencias sufridas por Cataluña están directamente relacionadas con su histórica mala suerte a la hora de elegir, tanto bandos como dirigentes. Respecto a los bandos, ahí están para evidenciarlo la Guerra de Sucesión del XVIII (fracaso que paradójicamente dio pie a las celebraciones de cada 11 de septiembre) y la Guerra Civil del XX. En cuanto a los dirigentes, basta con recordar al "molt deplorable" Jordi Pujol y a quienes han venido después para darse cuenta de que el electorado catalán aúpa (conscientemente o no) a políticos que oscilan entre la deficiencia mental y la caradura. La frustración por esos errores no intencionados es lógica, comprensible y respetable...pero convertir en culpa ajena lo que simplemente es cuestión de azar es de una cobardía y un cinismo extraordinarios.

2) La sensación de "incomodidad" forma parte de la idiosincrasia catalana pero no responde específicamente a la pertenencia de Cataluña al Estado español. Dicho de otra manera: los catalanes a lo largo de la Historia han demostrado ser muy propensos a sentirse incómodos, con independencia de si esa incomodidad tuviera o no fundamento en la realidad. ¿Cómo no van a sentirse incómodos ahora cuando ya se sintieron así estando (como Marca Hispánica) en la órbita del extraordinario Imperio Carolingio? ¿Cómo no van a sentirse incómodos cuando en 1462 la Generalidad negó la debida obediencia a su legítimo soberano Juan II de Aragón?¿Cómo no van a sentirse incómodos ahora si ya desde el nacimiento de la Monarquía Hispánica veían a los castellanos como unas rémoras y no como unos compatriotas con los que lograr grandes gestas y obtener mayores beneficios? ¿Cómo no van a sentirse incómodos si aun siendo los reyes del mambo en el mamoneo autonómico actual protestan como si vivieran en la humillación constante? Por eso, a nadie puede pillar de sorpresa esta actitud individualista e inconformista. Forma parte de su ADN histórico. Viven en la permanente incomodidad. Estarían incómodos hasta con su propia sombra. Tienen vocación de mosca cojonera. En resumen: no les gusta jugar en equipo.

3) La delicadísima situación económica de Cataluña no tiene nada que ver con agravios fiscales ni con su pertenencia a España. Nadie tiene la culpa de que la crisis económica afectara también Cataluña (a lo mejor es pensaban que una crisis mundial pasaría de largo) y dejara sus vergüenzas al aire (como ha ocurrido en tantos otros lugares). Puestos a buscar responsables de la podredumbre de las arcas catalanas, mejor harían los catalanes en mirar hacia la Generalidad (esa institución con la misma dignidad que una casa de lucecitas) y no hacia Madrid, desde donde sistemática y estúpidamente los Gobiernos centrales llevan lustros intentando apagar con privilegios competenciales y fiscales el discurso victimista de los nacionalistas y aledaños. De hecho, si no fuera por esas excesivas ayudas y consideraciones made in Madrid, Cataluña ahora mismo sería más ruinosa de lo que ya es.

Lógicamente, para asumir todo esto que acabo de decir hace falta
cierta capacidad autocrítica, palabra ésta que no figura en el diccionario del nacionalismo catalán. Quizás es que para aceptar ciertas cosas es necesario tener una mínima formación intelectual y ética, formación que mirando a los Pujol, Montilla, Mas, Junqueras y compañía se puede declarar como inexistente. O quizás es que es mucho más fácil y divertido echarle morro, follarse el rigor, ignorar la Historia, tergiversar la realidad, inventarse un cuento de hadas, titularlo "nacionalismo" y decir que Sant Jordi lo que mató no fue un dragón sino un español.

No obstante, que los males de Cataluña hayan sido y sean principalmente culpa de la propia Cataluña no quiere decir ni mucho menos que el Gobierno central no tenga su cuota de responsabilidad en todo este cisco, porque la tiene y no es pequeña. Los sucesivos Gobiernos estatales han demostrado una absoluta falta de inteligencia, sensibilidad, coherencia y firmeza que no sólo no ha acabado con el chantaje catalanista sino que lo ha incrementado hasta lo indefendible. Dicho de otra manera: la ineptitud de los sucesivos ocupantes de La Moncloa ha convertido en Godzilla lo que era una simple lagartija. Si a ello se le une la previsible verborrea patriotera (que no patriótica) del iluminado de turno que da motivos para la diarrea panfletaria "made in ERC" pues...

Tampoco ha ayudado en todo este embrollo que se hayan creado unas trincheras mediáticas (financiadas directa o indirectamente con dinero público) en las que presuntos periodistas practican hasta el aburrimiento la "demonización del otro" y la predilección por acojonar a la parroquia con los augurios más funestos. Unas reyertas propagandísticas que no hacen ningún favor a la conciliación de la convivencia ni facilitan una solución razonable para un jaleo en el que las vísceras están ganando la partida a las ideas.

De todos modos, a mí no me parece mal que existan catalanes (muchos o pocos) que quieran ser independientes, que ansíen cambiar la señera por la estelada y/o que se hayan dejado convencer de que España es el Gran Satán y que Cataluña es y será siempre los Mundos de Yuppi. Por mí, como si se mudan a Saturno. Lo que sí me parece mal es que al mismo tiempo que claman desde hace semanas por la democracia ("derecho a decidir" dicen) llevan años demostrando con su actitud y comportamiento que se pasan por el arco genital el pilar esencial de la democracia: el respeto, tanto a la Ley (y a quienes la cumplen) como a aquellos que piensan diferente (sean o no catalanes). Hipocresía, se llama. El juego democrático tiene como norma básica e innegociable el respeto incondicionado tanto al adversario como a las reglas que al mismo tiempo que hacen posible las discrepancias evitan las injusticias y los delitos. Si alguien no está dispuesto a aceptar eso, mejor que se deje bigotillo y ensaye el paso de oca. 

Dicho esto y por acabar: ¿sueñan los independentistas con esvásticas eléctricas?

sábado, 6 de septiembre de 2014

El ojo de la cerradura

Siempre he sido partidario de escribir sobre cuestiones polémicas cuando se ha asentado el polvo y serenado el griterío. Así que ya toca escribir sobre la publicación en internet de manera ilegal y masiva de fotos y vídeos protagonizados por gente famosa en su intimidad. Y, la verdad, por ir al grano, me parece gilipollesco que el escándalo esté más dirigido contra los cuerpos, las poses y todo el embrollo erótico-sexual que contra el hecho en sí de que alguien pueda robar la privacidad, allanar la intimidad y violar la tranquilidad de una persona con tanta facilidad e impunidad. Y digo esto porque tanto la adquisición como la difusión de ese material estrictamente íntimo y generado en un contexto de absoluta confianza y discreción me parece sencillamente un robo, un allanamiento y una violación, esto es, tres delitos. Así que más valdría preocuparse por esto, que es lo verdadera y únicamente grave, y no por lo que la gente hace o deja de hacer en su intimidad, porque, para gustos, los colores.

Es cierto que nada de esto se habría producido si no hubiera personas que se retrataran o filmaran en según qué momentos o, al menos, no guardaran dicha "documentación" en un ámbito tan quebradizo en términos de legalidad y seguridad como es el mundo online, la nube o como leches se quiera denominar, pero pasan dos cosas: la primera, que todos somos libres de hacer en nuestra vida y con nuestra intimidad lo que queramos, como queramos y con quien queramos. La segunda, que todo el mundo debe recordar y respetar la primera.

Dicho esto, a nadie se le escapa que un embrollo como éste es una consecuencia lógica de un tiempo y una sociedad en la que los dispositivos (teléfonos móviles, tabletas, webcams, etc) y los entornos (redes sociales, iCloud, etc) tecnológicos han puesto alfombra roja al voyeurismo y exhibicionismo del ser humano. La erótica del "dejarse ver" unida a la pasión por "ver sin ser visto" ha encontrado un perfecto caldo de cultivo en el mundo digital en el que la facilidad y el anonimato forman un tándem ciertamente inquietante. Pero, una vez más, cada uno es libre de hacer lo que quiera...siempre que sea responsable y asuma de antemano las consecuencias. Por eso, si del entorno tecnológico se trata, yo estaría más preocupado por las fallas de seguridad (phising, hijacking y demás) que permiten a hackers o a gente indeseable joder la vida y/o la imagen de una persona antes que por si alguien tiene a bien airear en redes sociales su vida personal/profesional en tiempo real, convertir su existencia diaria en un álbum de selfies, practicar sexting, guardar en iCloud los grandes hits de su vida sexual o darse un homenaje genital ante una pantalla.

De todos modos, lo más dramático y vergonzoso de toda esta polvareda es que no responde a una solidaridad con las víctimas de esta infame filtración ni a una alarma por la inseguridad tecnológica sino a que, en pleno siglo XXI, la desnudez y la sexualidad siguen siendo, por desgracia y para nuestra vergüenza, tabúes con un magnetismo innegable. Es decir, que de lo que va todo esto no es de lo que Jennifer Lawrence y compañía hagan en la intimidad sino de la interacción entre religión, educación social y medios de comunicación. ¿Por qué? Por lo siguiente: La religión convirtió en un tabú social todo lo relacionado con el cuerpo desnudo y la sexualidad (otro éxito a apuntar por las religiones en el apartado "cagadas varias"). Al ser un tabú, originó el morbo. Y como el morbo genera interés rápido y un impacto tan potente como efímero es un recurso muy utilizado por
los medios de comunicación empeñados un día sí y en otro también en tener a la ética como mujer y a la audiencia como amante. O, dicho de otra manera, la mayor parte de la repercusión de todo esto se debe a que hay gente a la que le escandaliza o incomoda ver cuerpos desnudos, gente a la que le escandaliza o incomoda todo lo relacionado con el sexo y gente a la que le da morbo tanto una cosa como la otra. Supongo que serán personas que salieron del útero ya vestidas y/o que tienen la misma vida sexual que un cactus. En definitiva: sigue imperando en la sociedad una mentalidad y una moral de "ojo de la cerradura". Y esto para mí, como decía al principio del artículo, lo más patético de todo: que haya gente que prefiera santiguarse o masturbarse con algo que es totalmente natural en lugar de escandalizarse con lo que es una destrucción de lo más preciado que tiene una persona: su intimidad.

Para terminar, dejo una cuestión: ¿dónde está la excitación en ver desnudo o practicando sexo a alguien que no te conoce ni te quiere y que probablemente nunca haga ni una cosa ni otra? El morbo ha matado al sentido común...y a la imaginación.