sábado, 3 de diciembre de 2016

Artistas, obras y boicots

Un artista debe ser juzgado por sus obras, pero una obra no puede juzgarse en función de su autor. Es decir, una obra de arte no puede entenderse sin su autor pero puede y debe valorarse en sí misma considerada, dejando al margen al autor para aislar la valoración de toda filia o fobia personal hacia el artista. De lo contrario no sólo seremos injustos sino que, además, estaremos comportándonos como unos perfectos majaderos. Y ojo que esa distinción es complicada tanto por el personalismo narcisista de muchos autores como por esa inconsciente propensión de la gente a mezclar churras con merinas. Complicada pero no imposible; por ejemplo, dudo mucho que las películas de Chaplin tuvieran la merecida consideración de obras maestras si el público al juzgarlas tuviera en cuenta las depravaciones sexuales del genial cineasta. Así las cosas, por madurez mental e higiene intelectual, debemos asumir sin aspaviento ni letra pequeña que hay bellacos o personas con las que no tenemos ninguna afinidad capaces de firmar creaciones magistrales de la misma manera que hay bellísimas personas o gente que nos cae estupendamente que son los abajo firmantes de bodrios infumables o la cuadratura del círculo: personas que te sientan como un rayo en el recto que perpetran auténticas castañas y beatos por aclamación que firman verdaderas maravillas, pero ninguno de estos dos últimos casos aplica para lo que estoy hablando.

La opinión que tengamos de un autor debe estar en un compartimento estanco a la que tengamos sobre su obra. Máxime si tenemos en cuenta que lo que perdura en el tiempo hasta sedimentar eso que llamamos cultura son las obras y no la ideología, el credo, el temperamento, los gustos o la idiosincrasia personal de los artistas. 

En ese sentido, haré un aparte que viene al caso. En mi colegio tuve, ya en los años finales, a un profesor de Literatura de cuyo nombre no voy a acordarme pero que hacía honor a su apodo ("el besugo") cuando dejaba deliberadamente que sus filias político-personales enturbiaran y sesgaran sus enseñanzas. Por ejemplo, recuerdo cómo despachó por la vía rápida a unos literatos interesantes cuando menos sin hacer más reseña que "eran unos fachas" (sic). Un patinazo tan reprobable como lo sería no interesarse por Muñoz Seca por "no ser de izquierdas" o por García Lorca por "no ser de derechas", por citar dos ejemplos incomparables pero igualmente trágicos. O dicho de otro modo: la portada es a un libro lo que el autor a su obra y ya sabemos que nunca hay que juzgar un libro por su cubierta.

Todo esto viene a cuenta de la polémica con Fernando Trueba y el boicot a su nueva película a modo de vendetta orquestada en redes sociales por unos hooligans de mente torreznera y modales visigóticos, amplificada por unos medios de comunicación a los que todo lo viral les parece noticiable (error). Una polvareda que se suma a otras similares acontecidas en estos lares. Por cierto, en ese sentido, hay que recordar que en este país tan españoles son el toreo, el flamenco y la tortilla de patata como encumbrar o linchar a alguien con idéntico entusiasmo enajenado (lo de que se lo merezca es ya otro cantar). Pero, volviendo al caso, me parece mal promover y secundar un supuesto "boicot" contra una obra artística como es una película amparándose en meras fobias o desencuentros con su autor por culpa de unas controvertidas y desafortunadas declaraciones (de las que por cierto hablaré en otro artículo). A "La reina de España" hay que juzgarla como obra, emancipada de su responsable. Por tanto, ni hay que atacarla por tirria a Trueba ni alabarla por simpatía al oscarizado cineasta. Dicho esto, por mucho poder que tengan internet y las redes sociales (que lo tienen), querer escudarse en el boicot para explicar su descalabro en taquilla es dedicar a un victimismo reduccionista el tiempo y los esfuerzos necesarios para una más que aconsejable autocrítica. Haciendo balance, al margen del sabotaje virtual, a la nueva película de Trueba no le he ayudado nada la desagradable polémica con los guionistas de la primera parte (Trueba en este caso ha actuado de forma soberbia, grosera y difícilmente defendible) ni tampoco (y muy especialmente) el cada vez menos cuestionado hecho de que "La reina de España" no es precisamente un peliculón (que para gustos los colores, ojo, pero ahí están la taquilla y las opiniones). Sobre todo esto hay ya escrito un estupendo artículo en Vanity Fair y a él me remito. 

Antes de concluir, una precisión: me parece fantástico que un artista, como cualquier ciudadano, exprese sus ideas con total libertad y sinceridad igual que me parece estupendo que esa expresión pueda ser motivo de debate y discrepancia. Lo que me parece mal es que esa discrepancia derive en una insurrección intolerante que no tiene amparo, fundamento ni cabida en un sistema no dictatorial como el nuestro, por mucho que en nuestra cotidianidad estemos más que acostumbrados a consolidar o huir de según qué dictados en función de nuestros intereses o conveniencias. Lo de Trueba es el enésimo ejemplo de cómo hay anormales que hacen montañas de granos de arena y luego encima tienen los santos genitales de provocar una avalancha cuyos daños, directos o colaterales, son difíciles de  ponderar e imposibles de justificar. 

En fin y resumiendo, que el arte debe ser entendido y valorado desde el arte y no desde la política, la religión, el cuñadismo, el chonismo o el talibanismo cavernario.

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