domingo, 29 de enero de 2017

Estados Hipócritas de América

Trump es un político atípico: está más que dispuesto a cumplir sus promesas electorales una vez ha llegado al poder. Y más aún: está encantado de cumplirlas, aunque eso suponga dejar la imagen y la auctoritas de EEUU como un páramo. La primera y penúltima parida de Trump es dar carta de naturaleza a su "América para los americanos", consigna que no ha verbalizado porque no le hace falta: sus acciones, sus razonamientos tipo "porque me sale de los *******"  y sus formas de elefante en cacharrería ya dicen lo suficiente.

Se trata de una idea supremacista, xenófoba y paleta en la que se enmarcan su dos primeras dos medidas resultan tan drásticas como bochornosas: autorizar el denigrante muro con/contra México y prohibir la entrada a todo natural de siete países de población netamente musulmana. Trump convierte así en naderías los derechos humanos y, de paso, ignora deliberada y desvergonzadamente la propia esencia de EEUU: la de ser una nación de inmigrantes. Si los nativos americanos (los auténticos americanos si nos ponemos puristas) hubieran tenido hace cinco siglos la misma sensibilidad que este POTUS, no habría habido jamás EEUU o, al menos, estos Estados Unidos que conocemos. Ni Mayflower ni "We the people" ni la madre que parió a Hulk Hogan

Así, Trump ha llevado la hipocresía a un nivel que resulta absolutamente incompatible con cualquier legitimidad política, social y moral. Son medidas monstruosamente irresponsables que alientan la criminalización pública y anónima del "otro" como concepto y de una forma más que peligrosa porque se empieza por estos agravios discriminatorios y se acaba por campos de exterminio.
Si el máximo mandatario del país considera que cualquier mexicano es un presunto delincuente o un musulmán un probable terrorista ¿qué impide a algún tarado de los muchos que EEUU tiene en stock denigrar, apalear o liquidar a cualquier hispano o musulmán que se le cruce con o sin malentendido mediante? Además, puestos a atajar peligros potenciales para la seguridad del país y la integridad física de los estadounidenses, mejor haría Mister Tupé en analizar las estadísticas sobre el número de caucásicos cristianos que han dado matarile al prójimo en su propio país.

No obstante, Trump no es el problema sino un síntoma del mismo: la profunda involución de la sociedad actual hacia el tenebrismo y la sinrazón más visceral. Es decir, del mismo modo que Hitler no fue la causa sino la consecuencia de la Alemania nazi, Trump es el resultado de un país que no ha sabido reaccionar con madurez y serenidad a los desafíos que amenazan la libertad y el bienestar mundial. EEUU es lo que es gracias al resto del mundo, en todos los niveles y sentidos. Esa postura aislacionista, paraonica, endogámica y clasista es más propia de una nación insular (hola, Gran Bretaña) que de un país con tanto mestizaje en su ADN como el de las barras y estrellas. Aislarse de semejante manera nunca será parte de la solución y sí del problema porque con medidas como éstas se hace por ejemplo el juego a todos los hijos de la gran locura que están deseosos de fornicar perpetuamente con unas cuantas huríes previa masacre de inocentes.

Afortunadamente, en EEUU aún queda suficiente justicia, dignidad y sentido común para si no impedir los planes de Trump sí entorpecerlos lo suficiente como para evitar ser comparsa de esa aberración llamada Donald Trump.

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