martes, 5 de septiembre de 2017

Juego de Tronos: damas mandan

Hace ya días que acabó la séptima y penúltima temporada de Juego de tronos. He esperado un tiempo razonable a que la tormenta de comentarios, opiniones y elucubraciones pasara de huracán a brisa y, la verdad, hay algo que me sorprende. Tras la emisión del último capítulo, ese que evidenció la traslación del eje desde lo "shakespeariano" a lo "tolkeniano" y que acabó con ¿Jon? ¿Nieve? derribando un muro y el Rey de la Noche derribando otro, se desató online y offline todo un festival de onomatopeyas y glosas anfetaminadas que abarcó desde debates en torno a genealogías telenovelescas hasta polémicas a cuenta del inesperado uso de dos recursos narrativos como el "tempo" (que no tiempo) y la elipsis en una serie tan propensa a la parsimonia y la perífrasis (existía la duda legítima sobre qué dura más: un viaje por Poniente o un partido de Óliver y Benji) pasando por lo chusco que resulta, analizado en frío, el relleno de explicaciones mediante alguna de estas tres opciones: Bran lo vio, Sam lo leyó o la magia lo hizo (y un cuervo me lo confirmó, faltaría decir, parafraseando cierta canción).

El caso es que en toda esa tempestad de análisis, dimes, diretes, predicciones y bulos, no tengo la impresión de que se haya remarcado lo suficiente (tan sólo he detectado un artículo en el Huffington Post y otro en Hipertextual) aquello de lo que quiero hablar en este artículo. Me refiero al hecho de que, de toda la amplísima variedad de magníficos y fascinantes personajes con los que cuenta esta extraordinaria ficción, son las mujeres las que han asumido sin ningún complejo un rol tradicionalmente asignado a hombres: el de líder. Así, en Game of thrones no se cumple aquello de "Detrás de cada gran hombre, hay una gran mujer" sino más bien lo contrario. Y, la verdad, personalmente, me encanta, no sólo por ser un "novedoso" contracliché sino porque hace comulgar a la ficción con la simple realidad, esa que nos demuestra que las cualidades, las virtudes y los defectos no dependen del género. En el juego de tronos, las mujeres se han hecho las amas de la partida: Cersei Lannister ocupa el trono de hierro, Daenerys Targaryen lidera la alternativa, Sansa Stark rige en el Norte y Brienne de Tarth y Arya Stark son las mejores espadas de Poniente. Por si fuera poco, junto a estas "mujerazas", hemos podido disfrutar de otras féminas llevando las riendas de sus respectivos territorios y siendo piezas a tener en cuenta en el agitado tablero de esta ficción hasta su caída en desgracia: Olenna Tyrell desde Altojardín, Ellaria Arena desde Dorne y Yara Greyjoy dese las Islas del Hierro también han tenido su decisiva intervención en los acontecimientos de la trama y las subtramas. ¿Que hay grandísimos personajes masculinos? Indudablemente y ahí está Tyrion para despejar dudas. ¿Que las mujeres se han quedado ya como reinas absolutas del cotarro? También y no, no sólo por una mera cuestión de "descarte por defunción violenta". Han sabido triunfar donde otros fracasan.

Junto a esa interesante lección de que el éxito no depende de la configuración cromosómica, Juego de Tronos sabe realzar la importancia de una cualidad más que positiva en los tiempos que corren, la resiliencia, una virtud que encuentra sus mejores exponentes en Daenerys, Cersei, Sansa y compañía: todas han sabido conjugar su identidad con las circunstancias, llenándose de matices que han facilitado su evolución y sobreviviencia en un entorno tan inmisericorde y volátil como el de Poniente sin perder por el camino sus rasgos más identitarios e inconfundibles. Han sabido hacer frente a toda clase de adversidades, imprevistos y contratiempos y, gracias a eso, están ahora donde están mientras que otros hombres (y mujeres) quedaron atrás. Por eso, no es ninguna estupidez decir que Game of thrones ha hecho más y mejor por el empoderamiento de la mujer que decenas de charlas carísimas, vídeos inspiradores y libros motivantes. Una de las grandes moralejas por esta excelente ficción, con independencia de lo que ocurra en la octava y última temporada, tiene voz femenina: "Sé tú misma y no dejes que nada ni nadie te haga dudar o renunciar a ello". Y no, ser uno mismo no significa quedarse quieto cual Rajoy, significa abrazar el cambio desde la confianza en uno mismo, la perseverancia y la autocrítica, sabiendo que el futuro se gana en el presente y que el pasado es sólo un lugar del que aprender y al que no volver. Cada personaje femenino de Juego de Tronos tiene su propio manual para lograr todo esto pero es una auténtica gozada ver la evolución que han experimentado las principales mujeres de las casas Lannister, Targaryen y Stark, no sólo en su mera condición de personajes de una narración sino por su creciente resonancia en la historia y su valor referencial para una sociedad que aún anda enredada en el bucle de un trasnochado debate de género y etiquetas. Estas mujeres se han ganado estar donde están ahora y no ha sido ni por condescendencia ni por cuota ni por feminismo ni por sugestión de gurú ni por rebelarse contra el heteropatriarcado ni por majaderías de esas: han sabido aceptarse como son, ser ellas mismas, deshacerse de complejos, adaptarse a lo que la vida les ha arrojado, conservar sus metas, luchar por sus sueños, jugar bien sus cartas, romper pronósticos y ganar la partida, de igual a igual, a hombres y mujeres incluso más poderosas a priori que ellas.

Por todo ello creo que, entre otras muchas razones, merece la pena ver Juego de tronos: porque nos enseña desde la ficción algo que es necesario en el mundo real. ¿El qué? Que esto no va de ser hombre o mujer sino de ser persona y, cuando más extraordinaria, mejor. Y, si alguien lo duda, mejor que recuerde una palabra: dracarys.         

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