martes, 31 de octubre de 2017

Un Don Juan diferente

Tal es mi historia, señores; pagado de mi valor, quiso el mismo Emperador dispensarme sus favores. Y aunque oyó mi historia entera, dijo: «Hombre de tanto brío merece el amparo mío; vuelva a España cuando quiera»; y heme aquí en Sevilla ya...La espléndida cena apenas dejaba ver una porción vacía del ornado mantel en el que comían como insaciables carroñeros aquellos tres caballeros. La luz de las velas arrojaba fantasmas imposibles sobre las paredes de aquel salón ebrio de camaradería en el que el olor a vino, sudor y carne asada abrigaba anécdotas, bocados y eructos por igual. Tras años sin verse, mucho tenían que contarse y engañarse aquellos hombres que antaño competían por ver quién arrebataba más vidas y virginidades. Y así, mientras sus mentes relamían las heridas abiertas y las vaginas profanadas, llegó un nuevo brindis exaltado...en burla y memoria de un muerto: Mas yo, que no creo que haya más gloria que esta mortal, no hago mucho en brindis tal; mas por complaceros, ¡vaya! Y brindo a que Dios te dé la gloria, Comendador. En ese momento, un aldabonazo rompió la fiesta, quedando sólo en pie el silencio. Tras unos instantes de inquietud, los comensales volvieron a su onanismo nostálgico y retornaron a la placentera calma de sus historias de sangre, acero y semen...hasta que, de nuevo, un golpe tronó en las parades de la casa. Y luego otro. Y otro. Y otro más. El aire se volvió pesado, rancio y pestilente, como si el salón se hubiera tornado el vientre vacío y putrefacto de un cadáver. La sangre era un río helado por el que navegaba el miedo. Pasaron de siete ya los misteriosos golpes cuando el anfitrión, para calmar a sus dos inquietos invitados y tal vez a sí mismo, apuró un trago de vino y les instó a conservar la calma, achacándolo todo a una broma...que él estaba dispuesto a seguir al exclamar desafiante: ¡Señores! ¿A qué llamar? Los muertos se han de filtrar por la pared; adelante. Dicho esto, puertas y ventanas reventaron y por ellas se colaron decenas de muertos hambrientos de vida. Todo se resolvió muy pronto. El primero en morir fue el leal criado, Ciutti, a quien una ramera degollada había arrancado la nuca de un mordisco y con cuyas tripas jugaban risueñas dos niñas gemelas fallecidas por las fiebres hacía diez inviernos. El siguiente fue don Rafael de Avellaneda, a quien un viejo indiano había arrancado el esternón, convirtiendo su orlada pechera en masa deforme por la que se escurrían sangre y vísceras por igual, para regocijo de los asaltantes de ultratumba. Por suerte, su amigo, el capitán Centella, no pudo ver el triste final de su camarada porque para entonces una dama de la alta sociedad sevillana, fallecida al ser madre hacía tres años, degustaba sus dos globos oculares como si fueran exquisito caviar mientras un truhán sin media cara y un alguacil con un balazo que le salía por el ojo le arrancaban brazos y piernas con la facilidad de quien despiezaba un pollo asado. En cuanto al anfitrión, don Juan, vio cómo el apellido de los Tenorio se extinguía mientras el comendador Gonzalo de Ulloa hundía su huesuda mano en su columna vertebral, don Luis Mejía hincaba sus dientes limpios de carne en su mano diestra, don Diego trataba torpemente de arrancar el brazo izquierdo de su hijo y doña Inés sumergía por última vez su boca en su carnosa entrepierna hasta que la sangre salió disparada tiñendo de escarlata los roídos hábitos blancos de la que fuera novicia. Y así, mientras le arrancaban la vida, bajo el enjambre gutural de los muertos, don Juan Tenorio pronunció sus últimas palabras: ¡Ay, joder! 

Interior residencia noche

Por la noche, la residencia era distinta. No había el intenso olor de los rosales que flanqueaban el jardín donde pasear los recuerdos raídos. Ni el cortante viento del páramo avivaba hasta la azotea de pizarra el frescor del césped recién regado. Ni sus lustrosos pasillos olían a la asepsia de la lejía. Ni el hilo musical animaba los murmullos del gran salón con melodías de los años cuarenta. Ni las caras de los residentes mostraban la química resignación de los medicamentos. Ni el director que soñaba con ser directora echaba cuentas en su despacho entre los gastos de los vivos y de los muertos. Ni la risueña recepcionista obesa hacía crucigramas en su escritorio mientras esperaba alguna visita. Ni el crematorio alentaba los muros del sótano con el calor del olvido. Ni la lánguida carretera que apenas partía la desolada explanada era transitada por coches que pasaban de largo. Por la noche, todo era distinto. La luna desangraba los colores de la fachada mientras la helada reptaba entre las ventanas enrejadas. Las cañerías gargareaban bajo el ladrillo un blues de ratas y detritos. El techo se impregnaba del olor a sudor y orín de quienes manchaban de sí mismos pijamas y sábanas. Los pasillos lloraban la orfandad de pasos bajo la incierta lumbre de las luces de emergencia. Las puertas de metal de las habitaciones sofocaban las gargantas quebradas y los corazones acelerados de quienes pesadilleaban a un lado u otro de la almohada. Y en el sótano sólo quedaba un mantillo de polvo y ceniza. Por eso le encantaba la noche. Porque él era distinto. Porque él, como la noche, sólo podía existir cuando el mundo cerraba los ojos. Porque él, como las pesadillas, solamente tenía cuatrocientos ochenta minutos para demostrar de lo que era capaz. Aquella noche, tocaba la habitación número 40, en la tercera planta. Como tantas veces antes, hurgó en el bolsillo de su bata y sacó el llavero. Inspiró una...dos...tres veces. Se colocó los auriculares en sus oídos. Subió el volumen y dejó que el Réquiem de Mozart fuera su única conciencia. Se humedeció los labios. Se caló la máscara. Sonrió y abrió la puerta. Al otro lado, en su cama, sobre un colchón raquítico, dormía sedada por las pastillas la señora Charlotte. Cerró con cuidado la puerta. Corrió el pestillo. Se quitó en silencio sus mocasines y se aproximó sigiloso hasta su cama. A sus noventa y tres años, la ardiente belleza de su juventud había quedado reducida a unas ascuas de piel y hueso. El látex de la máscara se humedeció con el aliento excitado. Inspiró una...dos...tres veces. Aproximó su mano hasta la boca de la señora Charlotte. Ella abrió los ojos y él apagó su grito.
Media hora más tarde, él salió de la habitación. Se quitó la máscara y una sonrisa triunfal emergió de las profundidades de su alma. Al fin y al cabo, ¿quién iba a preocuparse por una anciana senil y sin familia? ¿Quién iba a creer que el diablo lleva bata blanca, zapatos italianos y consume caramelos mentolados?

Los otros monstruos

Al amanecer, ya sólo quedaba el silencio y el brillo húmedo del frío. Ya no había máscaras ni disfraces, ni estómagos llenos ni copas vacías, ni risas de hiena ni palabras de carrusel, ni miradas perdidas ni cuerpos encontrados, ni tacones en las calles ni pensamientos bajo el neón. Sólo quedaba en pie el miedo. Ya no había ni brujas ni vampiros, ni fantasmas ni asesinos, ni muertos ni revividos, ni criaturas imposibles ni improbables sinsentidos. Los monstruos de todos se habían vuelto a dormir en su cama de hueso a la sombra del escalofrío, allí donde anidan todos los temores que nos acercan al filo abisal del vacío que es la muerte. Sólo quedaban en pie los otros monstruos. Los que no necesitan ni máscara ni disfraz ni maquillaje. Los que no son hijos de ninguna ficción. Los que tienen carne y hueso y nombre y apellidos. Los que respiran. Los que viven. Son los otros monstruos. Los que son capaces de violar a una mujer, golpear a un anciano o abusar de un niño. Los que ríen convirtiendo las vidas en hilos. Los que hacen de la maldad estadísticas y datos fríos. Los que transforman el silencio en la crónica de un aullido. Los que rompen el mundo en llanto y grito. Los que envenenan el aire que respiro. Los que reparten el apocalipsis a domicilio. Los que desgarran sin pedir permiso. Los que convierten cuerpos en nichos. Los que quiebran sonrisas y destinos. Los que vacían el sentido. Y a éstos, a los otros monstruos no hay Halloween que los conjure porque el horror nunca espera.

domingo, 29 de octubre de 2017

Control + C, Control + V

Control + C. Control + V. Y así todo el rato. El Atlético lleva semanas instalado en un bucle de mediocridad. El partido contra el Villarreal fue una nueva y desgraciada muestra de ello. Analizar aquí los males que aquejan actualmente al Atleti sería repetirse más que una canción del verano y, sinceramente, no quiero. Como no quiero comentar el encuentro en sí porque básicamente volvió a ser más de lo mismo que llevamos viendo de un tiempo a esta parte: un equipo perdiendo puntos más por culpa de sus defectos que de las virtudes del rival de turno. Al menos el partido, sin ser bueno, no fue tan malo como los previos: en el país de los ciegos el tuerto es rey.

Lo único que tengo claro es que conforme pasan los partidos la realidad está más cerca de dar la razón a esa banda de haters oportunistas que llevan semanas trolleando sin piedad ni respeto ni memoria que de dar la razón a Simeone, cuyo discurso acrítico y optimista cada vez resulta menos verosímil en un contexto de creciente frustración y a quien parece que ya no le quedan conejos en la chistera para seguir haciendo magia con este equipo.

Para mí, la cuestión ya no sólo es la escandalosa falta de puntería ni el agujero negro que dejó en el mediocampo la retirada de Tiago ni la porosidad defensiva en momentos decisivos ni ese incomprensible automatismo que lleva a recular hacia la portería de Oblak sin haber sentenciado el partido ni la edad pesando y pasando por encima de la vieja guardia. La cuestión es que a un equipo que basa su razón de ser en competir no le pueden remontar como le están remontando equipos de toda condición. Tan sencillo y duro como eso. Sí, los jugadores rojiblancos compiten, pero no son lo suficientemente competitivos y, en algunos casos, ni siquiera competentes. Por eso el Atleti no está muerto pero se va desangrando camino de esas Urgencias llamadas Enero, con la esperanza de que los doctores Costa y Vitolo no lo reciban demasiado tarde para obrar un milagro digno de Lourdes.

Habrá quien ante todo esto siga recurriendo a la épica o a la retórica o al relativismo o al pataleo. Yo me seguiré dedicando a animar al equipo aunque me sienta como la orquesta del Titanic. Porque en esto consiste ser hincha del Atlético: en animar, animar, animar y volver a animar pese a todo y pese a todos. Algo que, por cierto, harían bien en recordar quienes ayer dimitieron como hinchas durante toda la primera parte.

¡Aúpa Atleti!

viernes, 27 de octubre de 2017

La broma sin gracia

"Partiendo de la nada, hemos alcanzado las más altas cotas de la miseria". Esta frase del genial Groucho Marx serviría estupendamente como biografía y epitafio del nacionalismo catalán. Ese que hoy, al calor de la chusma y los tuits, ha decidido marcarse un Ikea al estilo Companys, dinamitando toda esencia democrática y metiendo a toda la sociedad catalana en un DeLorean rumbo a cualquier parte menos al futuro, consumando así el final tipo Thelma y Louise de la Cataluña democrática.

Aquella región española se ha transformado por capricho y matonismo de una minoría en una república bananera con vistas al Mediterráneo, síntesis perfecta entre la rígida enajenación de Corea del Norte y la estrafalaria praxis de Venezuela. El Estado de las Autonomías produce monstruos. Y para muestra, este Godzilla. Pero ahora no es momento de una caza de brujas retroactiva, porque tendríamos que remontarnos demasiados años y nombres atrás. No, ahora lo que toca es preocuparse de esa banda que ha partido Cataluña por la mitad, convirtiendo aquella autonomía en una doncella de hierro que tiene aprisionada en su interior a más de la mitad de los catalanes.

El nazionalismo catalán hoy vive su jornada más brillante en la noche más oscura de la democracia en España (y eso que el 23-F no fue una fiesta del pijama). Y lo ha hecho quemando tras de sí todas las naves y volando todos los puentes y dejando a la sociedad civil de Cataluña como la despensa de Caradecuero. Les ha costado años, pero lo han logrado. Situarse fuera de la realidad es algo tan difícil que parece ciencia-ficción...hasta que llega un chalado que, abrigado en su demencia, lo logra. Por eso entiendo hasta cierto punto esa rave callejera que tienen montada los separatistas, la cual me recuerda bastante al clímax de Gremlins 2, con los susodichos monstruos pegándose un fiestón bajo el agua esparcida por un sistema antiincendios. El problema es que la realidad es un terco tren que, antes o después, acabará pasando por encima de esta gente, dejando un reguero de caras de gilipollas.

He de reconocer que estas semanas, atendiendo a lo que pasaba en Cataluña (que por desgracia parece que fuera lo único malo que ocurre en España), no sabía si estaba ante uno de los estupendos vodeviles en blanco y negro de los Hermanos Marx, una comedia de Miguel Mihura, una película de Luis García Berlanga, una farsa de Els joglars o un episodio de Rick y Morty. A este punto ha llegado la cosa. De todos modos, el triunfo fútil, inútil, provisional y fugaz del totalitarismo catalanista sería impensable sin la ¿involuntaria? colaboración del Gobierno Rajoy. Si el auge del nazismo fue inconcebible sin el inepto de Von Hindenburg, el del separatismo catalán es impensable sin el inepto de Mariano Rajoy, cuya contribución a la democracia española sólo es comparable a la de su paisano Franco. El nacionalismo catalán lleva más de una década cebando impune y alegremente la lisergia que hoy propulsa las "esteladas", como una Sherezade postponiendo su muerte a base de mentiras y cuentos gracias a las mil y una noches de condescendencia del Gobierno estatal ante tanta falacia, patraña y tomadura de pelo. Por eso creo que el Gobierno, el Govern y los partidos a los que representan deben ser laminados política, electoral, judicial e históricamente a la espera de que la posteridad los retrate como lo que son: gentuza que ha sumido a España en una de sus travesías más inciertas y bochornosas.

Así las cosas, sólo espero que el Gobierno de España esté a la altura de las circunstancias y convierta el 155 de la Constitución Española en un tsunami que arrase desde la legalidad con todos los enemigos de la democracia allá donde se escondan en Cataluña. Soy un ingenuo, lo sé, y lo soy porque sólo el Rey ha estado a la altura de la situación y del pueblo español. Por eso, lo único que tengo claro es lo que decía el fantástico personaje de "El comediante" en Watchmen: "Dije que la vida era una broma; no que la broma tuviera gracia". Y desde luego que esta broma de los separatistas catalanes no tiene gracia. Ojalá paguen por ello. 

lunes, 16 de octubre de 2017

La vergüenza no puede ser ignífuga

Si hay una zona que me gusta de España es el Norte. Desde siempre y quizá para siempre, siento especial predilección por esa tierra con alma verde, sangre de leyenda y pies de espuma que tan generosa es para los ojos y el espíritu. La misma tierra que ahora, mientras escribo esto, está siendo mutilada salvajemente por el fuego, llenando Galicia y Asturias de un gorigori de ceniza y lágrimas. 

Es difícil digerir la facilidad con la que se puede destruir el pasado y el presente, lo sencillo que es aniquilar vida(s), lo fácil que es perderlo todo sin más consuelo que la impotencia. Basta con juntar a un hijo de la grandísima puta con una llama. Vivimos en un mundo tan extraño que a los malos no les hace falta hacer trampa ni tener muchas luces para ir con ventaja en el marcador.

Lo preferente ahora es desear que ese infierno deje paso cuanto antes al mausoleo ennegrecido de la vergüenza. Por eso, vaya desde aquí mi total apoyo y ánimo a todos los que están luchando en esa preciosa tierra contra los incendios. También quiero acordarme de esas gentes que han visto incinerados sus recuerdos, sus realidades y sus proyectos. Y más aún de quienes han perdido la vida en esas sucursales del averno abiertas impune y masivamente en Galicia y Asturias en los últimos días.

Dicho eso, creo que una catástrofe de esta magnitud no puede cerrarse en falso ni con un puñado de chivos expiatorios. Hay que hacer cuanto sea necesario para prevenir que esta crueldad tenga remakes en el futuro. Para lograrlo son necesarias medidas en diversos ámbitos pero que requieren idéntica contundencia y liberarse de cualquier cálculo político. Siendo reduccionista, me refiero básicamente a endurecer el castigo penal y civil contra los pirómanos (deben recibir el mismo trato que cualquier otro terrorista), dotar de mayores medios (humanos, técnicos y económicos) la prevención y conservación del medio ambiente y eliminar cualquier coartada legal que habilite ver futuro suelo urbanizable donde sólo hay un precioso monte. Si se sigue tolerando o alentando el repugnante buenismo que infecta a nuestro Código Penal y jurisprudencia, los pelotazos en diferido, el atroz menosprecio a la flora y la fauna, los recortes como forma de maquillar cuentas o el cortoplacismo que desde un despacho compromete perversamente el futuro de varias generaciones pues...la tierra volverá a arder cuando la quemen. La vergüenza no puede ser ignífuga, como ocurre desde hace décadas en este país.

Así las cosas, puestos a ver arder, prefiero mil veces ver en llamas a quienes, ya de forma directa, ya de forma indirecta, son los responsables de todo esto que está pasando en Galicia y Asturias antes que ver carbonizados árboles, animales y personas inocentes o arrasados en lágrimas a quienes han perdido algo más que la tranquilidad.

Lo único positivo de todo esto es que permite recalibrar la escala de importancia de las cosas. Así, por ejemplo, "gracias" al espanto incendiado que hay en el noroeste de España, lo que está ocurriendo en el noreste queda relegado a lo que es: la aventura suicida de una banda de gañanes totalitarios que serán enterrados bajo la lápida de una mera anécdota en el margen de la Historia nacional. O, saliéndome del contexto político, ¿qué importancia tiene el drama de no llegar a fin de mes cuando no hay casa a la que llegar? Creo que me explico.

En fin. Espero y deseo no tener que escribir nunca más un artículo como éste. ¡Mucha fuerza, Galicia! ¡Ánimo, Asturias!

domingo, 15 de octubre de 2017

Enero queda lejos

1-1. Enero queda lejos y la espera empieza a ser molesta tras las dos últimas citas en el Metropolitano. Dos partidos, dos rivales potentes, dos competiciones distintas, ninguna victoria. Lo peor no son tanto los resultados como esa sensación de que el Atleti es actualmente un Austin Powers sin mojo: las últimas noches ya no acaban con orgasmo de la grada sino con rostros de "vaya tela". Muy probablemente, con la actualización que se descargará en Enero, las prestaciones y el rendimiento del Atlético v.2018 mejorarán notablemente (que no es sinónimo de milagrosamente) y con ellas las sensaciones de la hinchada. Pero hasta entonces quedan las suficientes semanas como para ponerse serio y asumir, sin histerismo ni pesimismo, que esto es lo que hay, para mal y para bien.

A mí, el equipo me parece que está como el gato de Schrödinger: en un "ni sí ni no sino todo lo contrario", en un desconcertante "según se mire". En línea con esto último, hay aficionados que asumen el actual escenario con el conformismo de antiguo pobre porque se acuerdan de esa carnavalesca época en que el Atleti era un equipo del montón; también hay hinchas que despotrican contra esta situación con la soberbia de nuevo rico y creen que este equipo es poco menos que un All Stars que debería dar un meneo a cualquier rival que se le plante enfrente; igualmente, hay colchoneros pesimistas que creen que el fin de los tiempos se acerca del mismo modo que hay rojiblancos optimistas que piensan que en unos meses este Atleti pasará de buena película a peliculón gracias a una metamorfosis digna de "Cuarto Milenio". ¿En qué grupo estoy yo? En ninguno de esos. Yo estoy en el grupo de los honestos que ven cosas buenas y cosas malas, jugadores válidos y jugadores inválidos, decisiones acertadas y decisiones contraproducentes pero que, por encima de todo, nunca van a dejar de animar y creer en el Atleti. La autocrítica, en su justa medida, siempre es positiva y constructiva. Por eso, por ejemplo, me identifico más con las palabras de Saúl anoche tras el partido que con las de Simeone, Koke o Griezmann.

El Atleti hoy por hoy "sólo" tiene tres problemas: una puntería nivel escopeta de feria, una porosidad impropia de un equipo con merecida fama espartana y una organización que emula a la verbena berlanguiana que se forma en la estación de metro cada postpartido. Todo lo demás sigue igual de bien que siempre. Pero ese "todo lo demás" no alcanza en este momento para alejar el mal de altura. Y el partido contra el Barça ha sido un buen ejemplo porque el Atlético comenzó el encuentro avasallando y lo terminó con uf, uf, uf.

Es una pena haber perdido dos puntos contra un equipo que hace tiempo declaró unilateralmente su independencia de la excelencia y ahora maquilla su mediocridad con las ocasionales apariciones de sus cracks. Es una pena haber perdido dos puntos en un encuentro en el que los errores domésticos y arbitrales escribieron un guión de Hitchcock. Es una pena haber perdido dos puntos en un partido en el que el rival se limitó a parasitar eficazmente la progresiva decadencia del Atleti. Pero es una suerte haber ganado un punto visto el carrusel local de errores no forzados. Es una suerte haber ganado un punto con tanto rojiblanco lejos (o lejísimos) de su mejor versión. Y es una suerte haber ganado un punto para premiar de alguna manera el estupendo desempeño de Oblak y Saúl, los mejores con mucha diferencia sobre el césped del Metropolitano.

Así las cosas, con dos equipos que no merecieron ganar, un empate es algo justo pero desagradable por lo frustrante (y porque supone hacerle un favor a los repelentes Florentino boys).

¿Y ahora qué? A pensar en el siguiente partido porque el pasado no vuelve y el presente no espera. Ni siquiera a Enero. ¡Aúpa Atleti!

jueves, 5 de octubre de 2017

El discurso del Rey

Cuando el Gobierno se había transformado en la orquesta del Titanic, cuando media Cataluña era Ana Frank y la otra media había convertido la estelada en la nueva esvástica, cuando Rajoy había evidenciado por enésima vez tener menos cojones que Farinelli, cuando la Policía y la Guardia Civil estaban más desamparados que Clearco y sus Diez Mil, cuando la temeraria irresponsabilidad de los políticos había quebrado el pecho de la sociedad como un chestbuster, cuando la política había llegado al nivel de videoclip salchipapero de Leticia Sabater, cuando la esperanza se había quedado en standby, cuando la izquierda estaba ya planeando hacer con el régimen del 78 lo mismo que hicieron con la II República, cuando los carasolados habían visto la oportunidad para colar sus camisas nuevas entre la gente normal, cuando el desasosiego era trending topic, cuando los medios de comunicación estaban en pleno derbi (des)informativo, cuando el secesionismo de Puigdemont y compañía parecía Jason Voorhees y la paz una monitora despelotada, cuando las noticias eran tan deprimentes que el zapping era el mejor plan, cuando España parecía a punto de viajar al pasado sin DeLorean, cuando el país estaba en plena apnea, cuando todas las horas parecían las más oscuras...apareció él: el Rey, el Jefe del Estado, el macho alfa institucional, con su percha de Optimus Prime, con más aplomo que un T-800 y un semblante que ni Charles Bronson con resaca, para pronunciar un discurso que en su fondo nada tenía que envidiar a la ya legendaria arenga de Aragorn a los hombres del Oeste ante las Puertas de Mordor. Echándole un par de coronas, Felipe VI puso los puntos sobre las íes y levantó el ánimo y la esperanza de quienes aún creemos en España y en todo lo que encarna este país cuando se lo propone: contraste, concordia, mestizaje, libertad, contradicción, respeto, diversidad, tolerancia, unidad, grandeza, dignidad, fortaleza, democracia...

Con su discurso, Felipe VI cruzó este martes el Rubicón, abdicó del silencio, salió de su zona de confort y lo hizo engrandeciéndose como monarca, Jefe del Estado, español y persona. Fueron unos pocos minutos pero tan llenos de historia, verdad y coraje que bastaron para ralentizar el tiempo y eclipsar la oscuridad. Se echó al país a la espalda y se colocó frente a los enemigos de todo lo que a España le costó sangre, sudor, lágrimas y años conseguir. Sin estridencias pero con rotundidad. Sin grandilocuencia pero con precisión. Sin equidistancia pero con prudencia. Sin histrionismo pero con toda la seriedad que requiere esta gravísima situación. Del mismo modo que la luz brilla sólo en la negrura, los líderes sólo se revelan en función de los desafíos a los que se enfrentan. El martes, el hombre llamado Felipe demostró ser el líder al que mirar en esta hora de lobos y escudos rotos, como diría cierto montaraz. Y lo hizo sin salirse del papel al que le maniata la Constitución pero con tal lucidez, franqueza y valentía que resultó tan motivante como heroico. Su discurso rebosó una solemne irreversibilidad, como las palabras del personaje de "La madre" al final del segundo
acto de la lorquiana Bodas de sangre: "Dos bandos. Tú con el tuyo y con el mío. ¡Atrás! ¡Atrás!". Dos bandos. Sí, bandos. En uno, la alianza de dementes, cínicos, hipócritas y radicales que están decididos a dinamitar el esfuerzo que hicieron las dos Españas hace unas décadas para pasar de las armas a los votos y de las balas a las palabras. En otro, todos los demás españoles, los que no estamos dispuestos a hincar la rodilla ante la rebelión impulsada por el totalitarismo secesionista catalán. Un bando está liderado por Puigdemont. El otro, por Felipe VI. Uno está fuera de la Ley, la democracia y la realidad. El otro, dentro. Si Puigdemont es el actual Joker de la actualidad española, el martes conoció quién es su Batman

Ante esta peligrosa aleación de matonismo independentista y dejadez gubernamental, yo, que no soy monárquico ni patriotero, agradezco enormemente las palabras del Rey porque ha sido lo suficientemente hábil para, por un lado, hacer un enérgico y necesario llamamiento a la cordura y, por otro, decir un elegantísimo "yippee ki yay" a los Puigdemont, Junqueras, Forcadell, Tardá, Rufián, Romeva, Colau y compañía. Hay quien le ha afeado que no hiciera concesiones buenistas al diálogo; supongo que esos mismos críticos se irían a tomar cervezas con Hitler, a charlar de derechos humanos con Stalin, a hacer senderismo con etarras, a pasear por el campo con Caradecuero o a fumar en cachimba con los del Estado Islámico. También hay quien ha criticado la ¿dureza? de Felipe VI hacia los separatistas; supongo que esos mismos tipos son los que regalarían condones a violadores o contratarían pederastas como canguros o o consideran a Otegui un hombre de paz o se hacen de cruces al recordar los Juicios de Nuremberg. Creo que me explico. ¿Moraleja? España es un país tan grande, en todos los sentidos, que caben demasiados ingenuos contraproducentes.  A lo mejor hay incluso gente en este país que piensa que esto acabará como si todo no hubiera sido más que un sueño de Antonio Resines. Pues no: bienvenido al mundo real, Neo.

Dejando sandeces aparte, está claro que el discurso de Felipe VI llegó en un momento clave, como Churchill y su célebre "sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor". El Rey ha demostrado ser el único a la altura no sólo de su función constitucional sino también de las excepcionales circunstancias que estamos atravesando. La Historia no espera a los cobardes ni a los tibios. Y eso, el Rey, lo ha entendido mejor que nadie con un discurso que ya es histórico. 

Así las cosas, ahora que el maniqueísmo trota feliz por la península a cuenta de los que confunden la libertad con el tocino y la democracia con la barra libre, tengo claro de qué equipo soy: del que tiene en Felipe VI a su Simeone particular porque lo cierto es que, al día siguiente, al menos en Madrid, había aún más banderas de España en las fachadas que el día anterior. Por algo sería. Por alguien fue.   

domingo, 1 de octubre de 2017

Vientos y tempestades

Sinceramente, lo que pase después de hoy en Cataluña y, por tanto, en España me da igual porque creo que no hay un nivel ulterior al de este bochorno. Lo que ha pasado y está pasando en Cataluña mientras escribo esta reflexión parece un híbrido entre una película de Berlanga y una tragedia de Valle-Inclán. La diferencia es que en este cisco no hay genios por medio. "Lo de hoy" (expresión tosca y amorfa pero que se ajusta bien a la realidad) es el mejor ejemplo de lo que pasa cuando se deja la política en manos de irresponsables gilipollas. Lo peor de todo es que se veía venir. Y quien diga lo contrario ya puede confesarse por el pecado del optimismo. Esto que está pasando no es fruto de un choque de trenes sino de la simbiosis entre dos colosales errores con intereses pura y simplemente electorales.

Por un lado, tenemos el error independentista catalán. La cortina de humo lanzada en su día para tapar los escándalos de corrupción de CiU, la cleptocracia de los Pujol y la pésima gestión de las arcas catalanas se les ha ido definitivamente de las manos. Y esto era algo más que previsible cuando, en una decisión bastante suicida, el nacionalismo conservador catalán escogió como animal de compañía a ERC y permitió que una chusma radicalizada y minoritaria como la CUP fuera la mano que meciera la cuna de la política de aquella región. De aquellos polvos, estos lodos. Claro que en la coctelera también hay que meter la proverbial propensión al chantaje del nacionialismo en España (al menos desde que la Constitución de 1978 sublimó ese disparatado modelo autonómico que convirtió esto en el co*o de la Bernarda), el adoctrinamiento educativo (otro argumento más contra el disparate de dejar las competencias educativas en manos de las Comunidades Autónomas) y la desinformación mediática (TV3 haría mojar la entrepierna a Goebbels) que han propiciado unas cuantas generaciones de asilvestrados fácilmente maleables por la narrativa demagógica y falaz, la intoxicación por goteo desde que Pujol era molt honorable, el sistema electoral que desde 1978 otorga una errónea sobrerrepresentación a estos paisanos nacionalistas, el nauseabundo y acrítico victimismo catalán que siempre ha culpado a otros de sus propias desgracias y errores, la colaboración de una izquierda siempre lista para sacar tajada del caos al precio que sea y un etcétera que omito por ahorrar tiempo y espacio. Lo peor de todo no es que estos miserables de Puigdemont, Junqueras, Gabriel, Forcadell, Forn, Rufián, Colau, Romeva y demás gilipuertas se crean lo que dicen o piensan (por mí como si escuchan reguetón las veinticuatro horas). No, lo peor es cómo han manipulado a la gente para vestir de reivindicación romántica lo que es una pretensión ilegal, demencial y delictiva y cómo han persuadido a esa misma gente para servir de escudos humanos de su propia desfachatez. Votar en un Estado de Derecho es hacer el amor, sí, pero el referéndum impulsado por el secesionismo catalán es sencillamente una violación. Creo que me explico. Si alguien está dispuesto a justificar, jalear, aplaudir o partirse la cara por lograr una violación, entonces ya...Claro que esto, justificar una violación, es perfectamente plausible si vives instalado en la posverdad, que es donde vive Cataluña desde hace muchos meses.

Por otro lado, tenemos el error gubernamental mariano. Al Presidente más bochornoso, cobarde, estúpido, incapaz, torpe, jeta y perezoso que ha conocido la España democrática su estrategia de bombero pirómano le ha salido Godzilla (decir rana sería quedarse muy corto). Cierto es que Rajoy no originó el secesionismo catalán pero no menos verdad es que Rajoy y sólo Rajoy tiene la culpa de que el independentismo en Cataluña se haya despendolado de tal manera que la factura del cisma y el cisco se seguirá pagando cuando el actual Presidente sólo sea un mal recuerdo. Rajoy tenía los medios (políticos, legales y coercitivos) y el tiempo a su favor para evitar que todo se saliera de madre. Cuando el "problema catalán" era un simple mogwai correteando por las Ramblas, ¿qué hizo Rajoy? Tocarse los marianos hasta que el asunto llegó al actual nivel de "rave de gremlins bajo la lluvia". En lugar de vencer a los separatistas desde la inteligencia, el sentido común, la astucia y la valentía, Rajoy optó por hacer lo que mejor sabe: nada o, al menos, nada bueno. Quiero pensar que este anormal dejó que el incendio se propagara porque pensaba presumir de manguera ante su electorado al apagarlo: el problema es que la situación se ha desarrollado de tal manera que ahora mismo en España, la materia sólo tiene tres estados: fuego, humo o cenizas. Bravo, Presidente. Eso sí, como tonto no es (no hay ningún cobarde imbécil), ha optado por parapetarse detrás de otros. Así, mientras unos se escudan detrás de niños, adolescentes y ancianos, Rajoy ha optado por esconderse detrás de la Justicia, la Fiscalía, la Policía Nacional y la Guardia Civil. Valiente, lo que se dice valiente, este tipo no es. Por eso, la respuesta del Gobierno a este desafío ha sido tardía, escasa, ineficaz y chapucera. Porque para hacer las cosas bien siempre es necesario tener la valentía de hacerlas. Y "Rajoy valiente", insisto, es un puñetero oxímoron. Lo peor que ha hecho en todo este asunto este memo es dar al independentismo totalitario catalán justo lo que buscaba: un álbum de fotos lleno de excusas para sus alucinados reproches y lisérgicas pretensiones. Todo muy Rajoy, un auténtico experto en anabolizar problemas en lugar de resolverlos. 

Dicho esto, me gustaría dejar claro lo siguiente:
1) No hay democracia sin libertad, no hay libertad sin Ley y no hay Ley sin respeto a la misma. ¿Qué quiero decir con esto? Que el totalitarismo catalán (ese que actualmente enarbolan Juntos por el Sí y la CUP) ha cruzado todas las líneas rojas vigentes en cualquier Estado de Derecho. Por eso, tanto a sus dirigentes como a sus acólitos, hay que tratarlos escrupulosamente como lo que son: delincuentes. Ni más ni menos. Si te colocas fuera de la Ley, tarde o temprano, la Ley va a por ti y no precisamente para darte dos besos. Por eso, me parece fenomenal la actuación de la Policía Nacional, la Guardia Civil, la Justicia y la Fiscalía en todo este asunto, porque han velado por el respeto a la legalidad. Aquí, los únicos que han recordado al fascismo, al nazismo o al franquismo en las formas y en el fondo han sido Puigdemont y compañía, con mención especial para esa escoria de la CUP. Así de sencillo. Lo de hablar de legitimidad de algo que no sólo ha sido declarado ilegal sino que ha devenido en una chapuza rocambolesca carente de cualquier mínima garantía y seriedad me parece una pérdida de tiempo. Eso sí: respeto a cualquier tarado que piense que "lo de hoy" tiene algo de democrático, cívico o similar.
2) Las imágenes de gente despavorida o descalabrada que hemos visto a lo largo del día son francamente vergonzosas pero (y ojo que es un gran PERO) no me dan pena por los afectados sino por que se haya llegado a esa situación tan desagradable. ¿Por qué no me dan ninguna pena los que aparecen ahora urbi et orbe como si fueran los mártires de Tiananmén? Porque cada persona es responsable de asumir las consecuencias de sus decisiones y actos y porque además creo que detrás de varias de esas escenas cruentas hay demasiado afán de victimismo, de temeridad narcisista, de tener el minuto de gloria y salir en la foto o el vídeo (ej: ese padre con el niño a hombros pugnando con un uniformado que lo único que estaba haciendo era velar por la seguridad del crío para no exponerlo a males mayores; la anciana llevada en volandas porque la buena señora decidió quedarse plantada como un seto, etc). Ello por no hablar de las exageraciones y manipulaciones simplemente nauseabundas sin mási intención que crispar aún más el ambiente. Es cierto que la Policía, cuando entra en modo berseker, reparte hostias indiscriminadamente con el mismo flow que Chuck Norris, pero es igualmente cierto que la culpa de las heridas, los moratones, las contusiones o los sofocos en el fondo no la tienen los uniformados sino la gentuza que ha sugestionado a esos ciudadanos de tal manera que los ha convertido en excusa para su relato victimista y tergiversado. Esto no es Mayo del 68 francés: es un golpe al Estado de Derecho español. Sois libres de participar en él, pero luego no os quejéis de las consecuencias. Y, ojo, no os equivoquéis: esto no iba de defender derechos sino de colaborar en algo ilegal, ilegalizado y delictivo. ¿Por qué digo entonces que me dan pena esas imágenes? Porque creo que había tiempo y medios de sobra para haber obstaculizado de una forma mucho más sobria, contundente y aséptica todo el sarao organizado por la morralla secesionista. Además, ¿para qué tanto convoy jaleado y tanto crucero de Piolín si luego la gestión de semejante despliegue ha sido tan escandalosamente desastrosa? A esta hora, ni el Ministro de Interior ni el Delegado del Gobierno en Cataluña han dimitido por tal nefasta gestión. Se podía y debía haber evitado la asquerosa charlotada de referéndum sin necesidad de dar munición dialéctica a esa gentuza que está viviendo un inesperado momento de gloria a cuenta de los errores y las torpezas del Gobierno. ¿Se han salido las cosas de madre? Obviamente. ¿Es culpa de la Policía y la Guardia Civil? Ni de broma: a ellos los han metido en la boca del lobo, haciendo un papelón y de premio los han dejado a merced de una masa enajenada con ganas de que pasara lo que ha pasado: que no se imponga la ley sino el desmadre. ¿Estoy justificando la violencia que se ha visto? No. La estoy poniendo en su contexto. ¿Me esperaba que pasara esto? No, pero sí lo temía, que es una diferencia de matiz importante. ¿Me da vergüenza? Claro.

Aclarado esto, acabo con otra confesión igual de sincera y honesta que todo lo que he escrito en este artículo: espero y deseo ver el día en que Cataluña no sólo sea España sino que se sienta parte orgullosa de ella. Con un poco de suerte, para entonces ya no estarán respirando ni Puigdemont ni Rajoy ni todos los actores de esta infumable, patética y bochornosa opereta. Esos que, con temeraria irresponsabilidad, sembraron los vientos y ahora recogen tempestades.