domingo, 20 de mayo de 2018

Despedida de leyenda

Comienzo esta reseña cuando voy camino del estadio. Aún queda más de una hora para que empiece. Aún tengo fresco Neptuno. Aún se me ponen los pelos de punta. Quiero imaginarme el ambiente en el Metropolitano, en el antes, el durante y el después. Y me emociono. En todos los sentidos. Hoy todos los atléticos vamos a algo más que un partido de fútbol. Vamos a despedirnos de alguien a quien queremos como si fuera de nuestra familia, porque, al fin y al cabo, lo es, desde que se coló por nuestros ojos con sus pecas y descaro para poner luz en la oscuridad de los malos tiempos. Vamos a decir un "Hasta pronto" a quien se va del césped pero nunca del club (su club) y jamás de nuestros corazones. Vamos a acompañar a Fernando Torres en su última vez. "El Niño". La leyenda. El mito. El Indio definitivo. Hoy la gran familia rojiblanca nos reunimos para convertir una elegía en una fiesta, en una apoteosis en rojo y blanco de aquel que llevaba la bandera del Atleti con orgullo cuando no estaba de moda. Al tipo que no nos cambiaría por una Champions ni por una Eurocopa ni por un Mundial. Las sonrisas son obligatorias. Las lágrimas, inevitables.

Llego al estadio. Gente. Colas. Tiendas a tope. Prensa tomando el pulso. Está claro que no es un partido más: la pantalla donde habitualmente se anuncia la jornada y el rival despeja cualquier duda: "Fernando Torres. De Niño a Leyenda". Por eso la exposición de fotos sobre Torres. Por eso la camiseta gigante para que quien quiera pueda escribir algo a Fernando; un bonito detalle. Y necesario: él que tantas veces honró la camiseta, hoy la honramos nosotros por él, con palabras, con corazón.

Ya dentro del Metropolitano, el tifo. Y el himno. Y Torres y sus hijos. Y otra vez las lágrimas. Y otra vez los pelos de punta. Y, tras todo eso, empezó la fiesta anteriormente conocida como partido, con el "Lo lo lo lo lo lo" como hilo musical. Hubo de todo: un árbitro malo, un rival que no regalaba nada, un accidental gol en contra y la mejor jugada de Correa de toda la temporada:  el gol que sirvió en bandeja a Fernando Torres para empatar el partido y cumplir con el guión soñado. Y con el gol, los aplausos. Y las bufandas al viento. Y las lágrimas, otra vez. Y los pelos de punta, otra vez. Torres acababa de declarar el estado de magia en el Metropolitano (impresionante número de Jorge Blass en el descanso, por cierto). Una magia que se prolongó en la segunda parte, con Torres logrando un inolvidable doblete, que le sirvió, de paso, para cerrar bocas y reivindicarse ante quienes confiaron menos de lo debido en él. La pena es que el árbitro decidió autoinvitarse y recordar por qué estos soplapitos son tan alabables como contraer el ébola. ¿Resultado? Un jugador menos y un Atleti condicionado por las tarjetas. El Éibar aprovechó la situación para empatar de un trallazo. Un empate inmerecido pero que gracias a los goles de Torres fue suficiente para recordar a los vecinos quién manda en la capital y al resto de España quién es el subcampeón de Liga: el campeón de la Europa League.

Pitido final. Acababa así una de las temporadas más complicadas y
sufridas del Atleti en los últimos años. Empezaba lo indescriptible. El pasillo. Torres. Los vídeos. Gabi. Los mentores del Niño cuando era niño. Gárate. Cerezo aparcando el negocio para demostrar sentimiento. La camiseta gigante. La afición en un trance de cánticos, aplausos y lágrimas. Sobre todo, de lágrimas, porque se puede llorar de alegría y pena a la vez. Y de orgullo. Y las palabras finales de Torres, dichas al aire pero dignas de quedar en piedra. Y la vuelta de la familia, con la familia y ante la familia. Esto es el Atleti.

Cuando salgo del estadio, aún se escuchan cánticos. Yo, mientras me encamino al metro, recuerdo la frase que con un rotulador negro escribí a eso de las seis, arrodillado sobre una camiseta colosal: "Grande en el campo. Leyenda en nuestro corazón". Y sonrío, porque he visto y formado parte de algo que, en todos los sentidos, ha sido una despedida de leyenda.

Acaban aquí mis reseñas del Atlético en la temporada 2017-2018, gracias a un abono que es el mejor regalo que se me puede hacer. ¿Y para la 2018-2019? Ya se verá. No hay nada imposible...y si eres atlético, menos. Lo dijo una leyenda. ¡Aúpa Atleti!

jueves, 17 de mayo de 2018

Feliz final

Escribo esto cuando todavía muchos estamos pensando en el hoy sin movernos del ayer. Porque ayer el Atlético de Madrid jugó un partido de auténtica Champions para llevarse la Europa League. Y lo hizo mezclando memorablemente siderurgia y lírica, sufriendo o disfrutando según tocara pero siempre al abrigo de diez mil valientes que silenciaron con el coraje en el pecho y el corazón en la garganta a todo un estadio, poniendo un broche épico y extático a una epopeya llamada temporada 2017-2018 y una nueva fecha en los corazones de todos los aficionados rojiblancos; una que repara amarguras pasadas y se abraza con la leyenda del hombre que siempre será "El Niño". Y es que, anoche, en Lyon, el Atlético de Madrid ganó un nuevo título, Griezmann se empeñó en pagar la copa a todos y Fernando Torres alzó por fin un trofeo vestido con esa camiseta que siendo la suya es de todos. Una noche que cerró bocas, enmudeció polémicas, liberó la euforia, abrió gargantas, regaló sonrisas y justificó lágrimas. Una noche en la que el Atleti jugó y venció como lo que es: un grande. Una noche en la que los cánticos de la hinchada y el himno del club se fundieron perfectamente con "Maneras de vivir" de Leño y el "Thunderstruck" de AC/DC para poner la banda sonora perfecta de esa fiesta que el equipo se regaló merecidamente a sí mismo y a los aficionados.

Siempre he pensado que el deporte es la nueva épica y que este Atleti tiene mucho de mi apreciado y admirado Héctor, el noble príncipe troyano que encuentra dignidad y gloria compitiendo con nobleza y coraje en desventaja hasta su último aliento contra el portentoso griego Aquiles. Por eso, suficientes buenos Homeros tiene el Atlético en las figuras de Iñako Díaz-Guerra, Rubén Uría, Pedro Simón o Juan Tallón como para que me meta yo a reseñar o comentar nada más. No se me ocurre nadie mejor que ellos para poner en negro sobre blanco lo que es, lo que se siente y lo que implica lo rojiblanco. ¿A qué me refiero? Uría lo resumió sensacionalmente anoche en Twitter: "No se puede elegir ser del @Atleti porque el @Atleti te elige a ti. No se trata de ser mejor que nadie, sólo de sentir diferente a otros. Te mata y a la vez, te da la vida. Ser del Atleti es saber que todo te cuesta el doble que al resto. Pero si se cree y se trabaja, se puede". Tal cual.

No es la primera vez que digo en este blog que lo deportivo deja lecciones que trascienden a la vida cotidiana e íntima de las personas. El partido de anoche es un buen ejemplo de ello, de esa filosofía resiliente, inconformista, humilde, respetuosa y ambiciosa que Simeone, ese híbrido de chamán, general y psicoterapeuta metido a entrenador de fútbol, ha inoculado en los jugadores y aficionados que vestimos la rojiblanca. Una filosofía que habla de levantarse tras caer, de alzar la mirada en lugar de agacharla, de sobreponerse a todo y a todos, de no renunciar a lo que te hace ser lo que eres, de no negociar ni el esfuerzo ni los sueños. Una filosofía que es algo parecido al Santo Grial para personas que, como yo, las únicas alegrías que tienen en los últimos tiempos vienen envueltas en rojo y blanco. Por eso, el Atleti anoche hizo que saliera el Sol. Y eso no está al alcance de cualquiera. Por eso, entre otras mil razones, el Atlético es diferente.

Mañana viernes toca visita a Neptuno para celebrar y celebrarse, que nos lo hemos ganado. Y el domingo, al Metropolitano, a ser parte del epílogo de un atlético legendario, un crack mundial y uno de los deportistas españoles más ejemplares que recuerdo. Un epílogo que, pase lo que pase, será de los que se escriben con lágrimas en los ojos y una sonrisa en la cara. Como todo feliz final.

Decía al comienzo del artículo que muchos aún estamos en el ayer. Y es que da tanto gusto quedarse remoloneando en la felicidad...¡Aúpa Atleti!

miércoles, 16 de mayo de 2018

La falacia de Coelho

"Cuando una persona desea realmente algo, el Universo entero conspira para que pueda realizar su sueño". Probablemente tú, lector, hayas visto o escuchado infinidad de veces esta frase (o cualquiera de su versiones) parida por ese exitoso y encantador vendedor de humo llamado Paulo Coelho en su obra El alquimista. No sólo es una de las cursiladas más rimbombantes que se han dicho sino también una de las más extendidas falacias en esta era del llamado "pensamiento positivo" y de la majadería vaporosa. Conste que yo respeto totalmente a quienes admiren o incluso lean a los Coelho, Bucay y demás quasiescritores y pseudopensadores que anidan lucrativamente en la frontera entre la autoayuda, la tomadura de pelo y el viaje en aerolíneas LSD. Para gustos, los colores. No obstante, el problema no es que existan tipos como estos que he mencionado sino que haya gente dispuesta no ya a tomárselos en serio sino incluso a creer en afirmaciones que son, en lo literario o en lo filosófico, el equivalente a decir que el cáncer se cura con zumos y demás grandes éxitos de la charlatanería de nuevo cuño. Por eso escribo este artículo.

El error fundamental de la cita con la que comienzo este post consiste en pontificar como axioma algo que, contrastado con la vida real empíricamente demostrada y demostrable, es cuando menos difícil de sostener: creer que la voluntad o el deseo basta para lograr algo. Dicho de otro modo: situar en nosotros la responsabilidad del éxito o el fracaso, del triunfo o la derrota, del disfrute o del sufrimiento. Equiparar voluntad a resultados es, por tanto, un error descomunal: sin voluntad es imposible que haya resultados pero sólo con voluntad no llegan los resultados. Un error del que, por cierto, también se valen muchas filosofías y religiones (que no son más que filosofías con un dios como Macguffin). Una falacia que está muy bien como placebo para tranquilizar la conciencia y mantener alta la moral pero que está destinada a chocar con la realidad porque la vida no está hecha (sólo) de voluntad, deseo, ganas, creencia o fe. Por eso, todos esos postulados tan excesivamente simples y reduccionistas son en esencia y a la larga fraudulentamente nocivos porque implican, por ejemplo, descartar algo tan decisivo como la suerte (o la ausencia de mala suerte, si se quiere ver así) y algo tan profundamente cotidiano como es la imprevisibilidad de los acontecimientos. En una existencia dominada por la entropía como es la nuestra, ponerse estupendo pontificando con reglas o axiomas es abrir de par en par las puertas a la decepción, a la frustración, al desengaño. Por mucho que yo desee que dos más dos sumen cinco, siempre serán cuatro. Dicho de otra manera: no basta con querer ni con luchar ni con resistir ni con creer en ti o en algo trascendente. En la vida intervienen muchos otros factores totalmente ajenos e impermeables a los deseos, ilusiones, necesidades o creencias de una persona.

Por eso, las creencias (sean de origen filosófico, religioso o pseudoliterario) por sí solas no solucionan nada, más allá de sus efectos calmantes o estimulantes en la psique individual de cada persona. Me explico: un enfermo terminal está sentenciado por mucho que rece, crea, desee o quiera curarse; un parado no va a tener trabajo sólo por rezar, creer, desear o querer obtenerlo; un pobre no va a convertirse en multimillonario a base de rezos, deseos o pensamientos; un adefesio no va a tener una cita con Charlize Theron por mucho que lo quiera o lo pida a las alturas o lo piense en posición de loto. Y las excepciones a la cruda y pura realidad algunos las llaman "suerte" y otros "milagros". Punto. En resumen: las creencias son las canciones de cuna que los adultos nos damos a nosotros mismos para cuando los mitos o los cuentos nos parecen cosas de niños. 

A lo mejor hay quien piensa que soy un cínico o un descreído. No. Una cosa es ser creyente (ya sea en un postulado filosófico, religioso, psicológico o terapéutico) y otra muy diferente es ser crédulo, que es lo que le ocurre por desgracia a buena parte del personal. Yo soy creyente pero no estúpido. Por eso, pienso que, volviendo a la frase del comienzo, me parecería más honesto y realista afirmar que, en el camino a sus objetivos, cada persona tiene el potencial para encarar las adversidades (lo cual no quiere decir que las supere) y casi hasta el deber de hacerlo, porque la vida no es más que eso: reaccionar. No hay mayor satisfacción ni tranquilidad, tras el triunfo o la derrota, que saber que lo has dado todo, que has luchado. Y eso no hay realidad que te lo discuta.

martes, 15 de mayo de 2018

Israel: 70 años de infamia

Ayer se celebró el 70 aniversario de la proclamación del Estado de Israel. Para celebrarlo, hicieron algo ya tradicional en aquel país: masacrar a palestinos. La enésima matanza indiscriminada que supone a su vez la enésima muestra de que Israel es desde hace décadas el mejor eco de la Alemania nazi. Luego que manden estos hipócritas a Eurovisión al engendro de turno a "cantar" a la tolerancia, el amor, etc.

Yo no tengo nada en contra de "lo hebreo" y, por tanto, no soy antisemita, primero porque un español no puede caer en un error así teniendo en cuenta el cóctel genético y cultural que tenemos de serie quienes hemos nacido en un país donde han campeado todas las civilizaciones y pueblos imaginables (incluidos obviamente los judíos) y segundo porque cualquier cultura es digna de mi interés y respeto. Lo que sí soy es anti hijos de pu*a e Israel se lleva comportando como tal setenta años, amparado en esa permanente impunidad que le otorgan, por un lado, los poderosos lobbies judíos y, por otro, la pervivencia del chantaje emocional por el holocausto nazi. Antes de seguir, quiero aclarar, por si acaso, que no soy ningún negacionista ni mucho menos un nazi: los judíos fueron masacrados por los dementes nazis (dos de cada tres judíos en Europa murieron en el Holocausto, alcándose la siniestra cifra de seis millones al término de la II Guera Mundial) ante la pasividad o tibieza de un mundo que o bien era antisemita o bien sólo se preocupó de poner freno al monstruo conocido como Hitler cuando lo sufrió en carne propia. Eso sí: los judíos no fueron los únicos aniquilados sistemáticamente por el nazismo porque éste también se pasó por la esvástica a gitanos, enfermos mentales y discapacitados físicos o psíquicos. Y a ninguno de esos colectivos se les compensó por los daños con un país artificial y, con esto, vuelvo al tema. La "manufacturación" del Estado de Israel fue, en mi opinión, un error similar a lo que sería ubicar la sede del KKK en Harlem; un error que se ha pagado y paga con sangre inocente; un error que nació, por un lado, de la necesidad de la comunidad internacional de acallar y blanquear su conciencia y regalarle un país a los judíos a modo de "indemnización" y, por otro, de la repugnante propensión de los judíos a intentar sacar rédito de sus tragedias desde que el mundo es mundo. Y es que ese victimismo que los judíos llevan con tanto éxito al paroxismo se ha convertido en una especie de cheque en blanco que ha permitido que lo que antaño fue presa se convierta en predador sin que nada ni nadie les ponga en su sitio. Y esto es una absoluta vergüenza: que Israel se comporte como una nación tiránica, opresora, represora, belicosa y excesivamente propensa al terrorismo de Estado y a hacer lo que le sale de las narices porque ante la más mínima crítica ya empiezan a rasgarse las vestiduras y a hablarte de la shoah, la diáspora, el pueblo errante y demás grandes éxitos argumentales judíos. Pues mira no: cualquier clase de crédito que les quedara a los judíos por el tema del holocausto hace ya tiempo que se les acabó por lo que han hecho y hacen en esa nación que las potencias occidentales le dieron como juguete. El tema es que nadie tiene la sensatez o la valentía suficientes para frenar el sanguinario bullying que Israel ejerce en el Mediterráneo oriental. Y lo que es peor: hay países que respaldan este matonismo. Por eso, lo de Oriente Medio tiene pocos visos de solucionarse: porque los que pueden solucionarlo son parte del problema.

En fin. Que es un asco, una pena y una desgracia que Israel sea un colosal ejemplo de que el ser humano es incapaz de aprender de su pasado. Total, parece que hoy las vidas de los palestinos cuentan tanto como antaño la de los judíos. Así nos va. De infamia en infamia.

domingo, 13 de mayo de 2018

Eurovisión es otra cosa

Sería bueno, incluso aconsejable, que si queda por ahí algún incauto, insensato o necio que piense que Eurovisión es un festival de música salga cuanto antes del error. Pensar, creer o afirmar eso es dar carta de naturaleza a lo que es un oxímoron de manual: "Eurovisión" y "música" concilian tan bien como Leticia Sabater desfilando para Victoria's Secret. Eurovisión es otra cosa (desde hace ya bastantes años). Es una mediática celebración de lo kitsch, lo naíf, lo trash, lo queer y lo friki sostenida por la entusiasta histeria de sus fans. Es decir, está más cerca del Pink Flamingos de John Waters que del Concierto de Año Nuevo de Viena. Es una exaltación desacomplejada de la anomalía como trangresión en una sociedad narcotizada y ramplona. Por eso es necesario, legítimo y defendible Eurovisión: por lo que tiene de parada de los monstruos, pero no por nada que tenga que ver con la música. Por eso anoche se alzó con la victoria un manatí vestido de geisha imitando a una gallina en representación de uno de los países más hipócritas, metemierdas e intolerantes de todo el orbe. Supongo que el mérito de esta moza para haber ganado el sarao será analizado en algún programa especial de Cuarto Milenio porque racionalmente cuesta bastante explicar el galardón, más allá de las ganas de demasiadas personas de querer exhibir un exceso de corrección política y postureo hipócrita premiando a alguien de las "características" de la israelí.

Dejando a un lado el triunfo de la versión hebrea de la Venus de Willendorf, Eurovisión confirmó anoche no sólo que son los Óscar de la extravagancia con la música como excusa y víctima, sino también un estupendo manantial de memes y una coartada perfecta para sacar a pasear todo el ingenio, la ironía y el sarcasmo del personal dentro y fuera de internet. Moldavia y su numerito tipo José Luis Moreno (sin ciclado rubicundo eso sí), Dinamarca y sus "porteros" de garito nórdico, Francia y su Cifuentes postcremas antiedad, República Checa y su Steve Urkel centroeuropeo, Países Bajos y su híbrido entre Cocodrilo Dundee y Tino Casal, Chipre y su Beyoncé mediterránea, Israel y su Pucca con problemas con la cortisona...hay donde elegir. Eurovisión, un año más, no defraudó a la hora de sacar a la luz cosas más indescriptibles que los horrores que imaginaba H.P.Lovecraft. En definitiva, revalidó su condición de uno de los mayores "placeres culpables" que se pueden ver por televisión en abierto. Y por eso merece la pena disfrutarse...siempre que no se tenga nada mejor que hacer.

¿Y España? Pues bueno. Dejando a un lado que la abrasiva, diaria e insufrible pelma de TVE convirtió "Tu canción" en "Tu tostón" (ya me habría gustado que el ente público hubiera promocionado así, por ejemplo, El Ministerio del Tiempo), pasó lo que tenía que pasar. Este monumento al enamoramiento y atentado contra los diabéticos surgido de Operación Triunfo no es una mala canción (es una balada pasteloide y eficaz, como tantas otras que han pasado por Eurovisión a lo largo de su historia) pero...la excesivamente sobria e insípida puesta en escena ayudó tanto a las posiblidades de éxito españolas como el aparentemente gangoso Alfred a la inequívocamente talentosa Amaia. Estos dos mileniales forman una buena pareja sentimental pero como pareja musical no funcionan, por la sencilla razón de que la navarra tiene calidad mientras que el catalán tiene tanto arte como el estilista que lo vistió anoche, que me imagino que estará cumpliendo condena en algún centro penitenciario. Dicho de otra manera: Amaia tiene en Alfred simultáneamente su novio y lastre. Y anoche quedó bien claro tanto lo uno como lo otro. En resumen: ni por sobriedad ni por melodía ni por actuación España tuvo nada que hacer en el lisérgico reino eurovisivo. Cuartos por la cola y al carrer.

Así las cosas, Eurovisión una vez más cumplió con lo que se espera de este macroshow paramusical: ofreció mier*a de la buena. La música hay que buscarla en otro lugar.

miércoles, 9 de mayo de 2018

Después

La ciudad aún estaba arropada en un letargo de farolas y siluetas. El piso aún estaba sumergido en un mutismo oscuro quebrado por la impertinencia sutil de ruidos diminutos. El dormitorio aún estaba paladeando el vao feliz de un placer declinado en bocas abiertas y ojos cerrados. La pareja aún estaba despierta, ungida en una penumbra azulada. Las sábanas desmelenadas tapaban como una caricia tímida sus cuerpos desfallecidos en un recreo de endorfinas. A los pies de la cama, un reguero de prendas, el recordatorio de una inercia de horarios y checklists. Sobre su pecho, él notaba las pestañas de ella, en un rítmico y pausado ir y venir, barriendo unas agradables cosquillas en cada vaivén. Sobre su pecho, ella notaba el latir firme y lento del corazón de él, arrullando sus oídos. Ninguno veía la cara al otro. No hacía falta.

lunes, 7 de mayo de 2018

Por la ventana de la mía

Y así estamos, paladeando la culpabilidad por el divorcio entre la realidad y el deseo, entre la conciencia y el corazón, entre el deber y el quiero, entre el qué dirán otros y el qué diré yo, entre el confort de la sed y los puntos suspensivos de un salto sin red. Y así estamos, velando secretamente el cadáver de nuestra propia coherencia en el altar de la estabilidad. Y así estamos, desandando caminos con pasos no dados por el simple miedo a un rechazo en nuestro interior nacido. Y así estamos, ocultando todo con silencios hechos de vanas palabras y gestos impostados como abracadabras. Y así estamos, soñando y negándonos a un mismo tiempo esa libertad llamada independencia. Y así estamos, preservando en una mortaja de imaginación los sueños que quedaron rotos por no pasar a la acción. Y así estamos, quedándonos a oscuras en un ensimismamiento donde no cabe la luz del reproche ni el brillo del lamento. Y así estamos, varados en movimiento mientras cambiamos un norte por otro por no ir por el atajo del remordimiento. Y así estamos, nostálgicos de un futuro que nunca fue y de un pasado que nunca será. Y así estamos, invocando en nuestras entrañas palabras que nos brinden la excitación del consuelo y nos regalen el consuelo de la excitación. Palabras como ojalá. Ojalá hubiera el espacio para que tuviéramos tiempo. Ojalá encontráramos la excusa para darnos un momento. Ojalá chocaran nuestras solitarias melancolías para hacer sonrisas con sus astillas. Ojalá pudiéramos estar sin dejar de ser y ser sin dejar de estar. Ojalá lográramos dar forma y sentido a los silencios para poder orillar nuestras palabras y miedos. Ojalá. Porque me encantaría abrazarte y abrazarnos y hacer de nosotros un abrazo de los que detiene relojes y repara daños. Porque me encantaría besarte y besarnos y hacer de nosotros unos labios que disfrutan en un recreo de sueños abiertos y ojos cerrados. Porque me encantaría sentirte y sentirnos y hacer de nosotros el mejor refugio del que nunca debimos irnos. Porque me encantaría saberme el brillo de tu oscuridad, aunque sólo fuera por devolverte la luz que colaste en la mía. Porque me encantaría. Y así, entre esos "ojalá" y esos "me encantaría", estamos mientras allí fuera pasa la vida y tú con ella por la ventana de la mía.

viernes, 4 de mayo de 2018

Noches como ésta

Ya había vivido noches como ésta. Noches en las que sientes ese "noséqué" que anticipa los mejores momentos de la vida de una persona. Noches en las que crees que más que ir a un estadio estás acudiendo a una llamada, con los nervios de una cita y la complicidad de una quedada de amigos. Noches en las que los cánticos desvanecen el tiempo y todo antes, durante y después del partido es un presente entusiasta, festivo, feliz. Noches en las que cantas el himno a capela con los pelos de punta, el corazón en la garganta y las lágrimas en los ojos. Noches en las que te sientes parte de algo que te trasciende de una forma indescriptible y te sabes órgano de un ser vivo llamado estadio. Noches en las que todas las sensaciones se juntan en un único recuerdo: el olor a cerveza regando los aledaños, el guirigay de voces hormigueando alrededor del campo, la electricidad de la adrenalina entrando en funcionamiento, el Frente tronando como anticipo de la tempestad de voces y bufandas, la sensación de que animas a los tuyos como si fueran los mejores de tus seres queridos, el nerviosismo tensionando tus músculos, las gradas empujando al equipo como viento de popa, el olvido de cualquier cosa que no sea el partido, la emoción de sentir que eres verdadaremente el jugador número doce, el estallido alegre del gol, el éxtasis con el pitido final...Noches en las que te quedas aplaudiendo y cantando cuando el partido termina como si olvidaras que tienes casa y que mañana el madrugón no perdona. Noches en las que hasta los andenes del metro son una fiesta improvisada y cómplice. Noches en las que el Atleti te firma un precioso recuerdo con sabor a sonrisa.

Había vivido noches así en el estadio Vicente Calderón. Desde anoche, también en el estadio Metropolitano, donde revivió el espíritu del Manzanares, como si nada hubiera cambiado. Ayer el Atleti volvió a clasificarse para una final europea (la quinta con Simeone) tras un partido bastante serio del equipo, liderado por un imperial Godín, un buen Griezmann y un grandísimo Costa, pero todo eso se puede describir y resumir en algo tan simple como 1-0. Todo lo demás no se puede describir ni resumir. Por eso, si alguien te pregunta por qué eres del Atlético, recuerda noches como ésta, la primera en la que todo el Metropolitano se conjuró para hacer historia. ¡Aúpa Atleti!

jueves, 3 de mayo de 2018

Agur, asesinos

Ha tardado 60 años, 853 asesinados, 79 secuestrados, más de 2.500 heridos y 10.000 extorsionados en tomar la decisión que debería haber tomado en el primer segundo de existencia: dejar de existir. ETA acaba de anunciar o, mejor dicho, confirmar que deja de existir como banda terrorista. Probablemente, ésta será la mejor noticia de 2018. Con razón.

Eso sí: en su comunicado, a ETA le ha faltado indicar que si bien cierra su chiringuito más antiguo y sanguinario, los simpatizantes y nostálgicos del hacha, la serpiente y el pasamontañas podrán seguir disfrutando de "lo etarra" en cualquiera de los otros chiringuitos ("otras vías" dicen los asesinos en su papeleta final) que tiene montados en País Vasco y Navarra que aunque no son sanguinarios no por ello dejan de ser menos inmundos y reprobables (un saludo para Bildu y demás chusma abertzale). Cuando a la mitológica Hidra se le cortaba una cabeza, surgían dos en su lugar; en el caso que nos ocupa, por desgracia, las nuevas cabezas de la Hidra actualmente cobran del erario público y se benefician del mismo sistema contra el que ETA atentó durante seis décadas. Así que que nadie lance las campanas al vuelo ni descorche botellas: superar un tumor no derrota al cáncer.

Euskadi y Libertad, cínico seudónimo de esta panda de hijos de la gran pu*a, ha sido vencida y hace bien en reconocer a su estilo, a su asqueroso, mezquino, vil, cobarde y venenoso estilo, su derrota. Así pues, hoy como ayer no es el día de agradecer a ETA absolutamente nada y sí a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, a los partidos que han demostrado con sangre y lágrimas su indudable compromiso con la democracia y la libertad (PNV, tú no), al Poder Judicial y al Ministerio Fiscal y a la sociedad civil que ha sabido afrontar el miedo, superar el terror y enfrentarse a quienes soñaban con implantar su totalitarismo de chapela. Punto. Por tanto, no puede ni debe haber ninguna clase de misericordia con quienes utilizaron como patética excusa primero la dictadura y luego un imaginario "conflicto" para intentar implantar por las bravas su cosmovisión paleta y carente de cualquier base histórica, política, cultural o legal. Por eso, hoy como ayer, lo único que puede y debe reclamarse es que se siga haciendo Justicia contra ETA. Por eso, hoy como ayer, el final de ETA como tal no puede ni debe significar impunidad ni prescripción ni condescendencia de ningún tipo. ETA y su entorno se han ganado a pulso no conocer lo que es la piedad. Por eso, su comunicado tipo "Nos hemos trasladado", nada puede ni debe cambiar, al menos entre quienes la han derrotado. Además, ETA se ha "ido" siendo fiel a su cinismo retórico, cobardía moral y ausencia de cualquier empatía o arrepentimiento. Así que lo dicho: ni un paso atrás contra "lo etarra".

Habrá quien me reproche mi crudeza y rencor a la hora de analizar esto: pacifistas, demagogos y soplagaitas en otra ventanilla, por favor. Yo no puedo ni quiero ni debo tener más que desprecio por quienes representan la peor versión del ser humano. Como cualquier persona de bien y como cualquier ciudadano español ni quiero ni deseo otra cosa para los etarras y aledaños que verlos masacrados legal, judicial, política y penalmente hasta que de ellos sólo quede su mal recuerdo. Cualquier transigencia con esta gentuza supondría rematar, por ejemplo, a Miguel Ángel Blanco. ¿Demagogia? No, la pura verdad. Además, quien esto escribe ha sentido muy de cerca a ETA: cuando era un crío, un coche-bomba asesinó a una patrulla de la Guardia Civil a escasos veinte metros de la casa donde veraneaba en Navarra; ya en la etapa escolar, ETA asesinó a balazos muy cerca de mi colegio al padre de unos alumnos; años más tarde, sentí de nuevo el miedo al saber que esta banda terrorista había puesto un coche-bomba en las inmediaciones del Colegio Mayor en el que vivía mi hermano en Pamplona; y ya al acabar la carrera, sentí las bondades democráticas y pacifistas del entorno etarra al trabajar en un periódico navarro en el que esta chusma tiró a la fachada de la redacción botes de pintura roja y amarilla y puso inquietantes carteles contra un compañero mío por toda la ciudad. Así que respeto los planteamientos buenistas y flandersianos, pero quien venga a mí con esas monsergas, se las puede ir metiendo por donde no da el sol y eso que nos ahorramos todos. Cada cual es libre de reaccionar como quiera ante este hito. Yo ni perdono ni olvido.

Acabo ya. Me parece estupendo que ETA haya confirmado su derrota. Ya sólo queda extinguirla del todo. Y mientras llega ese precioso momento: agur, asesinos.